18 mayo, 2024 9:38 am

Por qué la izquierda es mucho más destructiva que constructiva

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La izquierda podría ser definida hoy en día como un gran marco ideológico y plataforma de acción en el que se agrupan todo tipo de resentimientos psicosociales.

RL / Idaed / Rtotolero

Tiene un común denominador, un cemento que unifica todas las ramas: lo que une a los izquierdistas es su sed de venganza.

Contra los ricos, por ejemplo, en un esquema de marxismo clásico, a quienes culpan por presuntamente causar pobreza, ese que aconseja y fomenta el odio y la división entre los acaudalados y los desposeídos.

Desde la irresponsable hermenéutica de la realidad social que hace la izquierda contemporánea, el pobre es pobre porque el rico le ha robado parte de lo suyo, nunca por su propia responsabilidad, por su falta de empeño, de constancia, de talento. Siempre tiene la responsabilidad alguien más.

Desde su enfoque, nunca es culpable uno mismo. Por eso la frustración de vivir en pobreza se convierte en rabia contra el rico, y no en la transformación de la conducta propia, para concretar soluciones.

La solución lógica para una condición de pobreza incluiría, por supuesto, encontrar oportunidades de trabajo, pero sólo a una persona gravemente afectada por el resentimiento se le ocurriría organizarse con otros igual que él para vandalizar las propiedades de los acaudalados, o incluso para asesinarlos. Esto no solucionará su pobreza, y sólo complica la situación original.

Cuando hay un problema se expresa con claridad entre los izquierdistas en América Latina la ausencia de búsqueda de soluciones, de propuestas realistas.

En cambio, siempre esgrimen una revolución como “solución final” a toda situación desfavorable. Es decir, proponen la destrucción del orden actual, la destrucción de las instituciones, con una mentalidad de franca regresión adolescente.

El asesino confeso conocido como Che Guevara se fue haciendo “revolucionario” porque viajó en una motocicleta a lo largo de varios países de América Latina. En tales recorridos, relata él mismo, fue conociendo a muchas personas, conviviendo con ellas, y percibiendo la tensa realidad del latinoamericano.

Sólo que a este pillo y ateo argentino se le ocurrió que para solucionar las condiciones desfavorables de los oprimidos había que incendiar al continente, generar una revolución internacional, asesinar a sangre fría para imponer gobiernos socialistas y apropiarse de industrias ajenas.

A nadie cuerdo que viaje por América Latina le podría surgir la idea de que todo podría mejorar para la clase trabajadora a partir de revoluciones armadas y dictaduras del proletariado.

Lo único que surge en personas racionales, al recorrer esos países, es un sentimiento de fraternidad, de unión, y la voluntad de ayudar, no de destruir y de matar.

La única utilidad real del tal Che Guevara hoy en día es como un producto de marketing para estampar en playeras y hacer llaveritos. Sin embargo, es la encarnación del resentimiento social como diagnóstico político y la sed de sangre como estrategia militar.

Pero la izquierda contemporánea no se agota en la vieja escuela sesentera y sus íconos fallidos. Se ha actualizado y ha desplazado el objeto de sus odios y rencores.

Ahora expresa su repudio a los varones, a quienes no dudan en juzgar como “opresores” en todos los casos, como encarnaciones del “patriarcado”, por lo que merecen todo el desprecio social posible, la cancelación, la muerte civil.

Los heterosexuales reproducen una forma de vida enajenada, según la izquierda postmarxista, vida que debe ser deconstruida. ¿Cómo? Apoyando las causas de la comunidad homosexual, rechazando la familia tradicional, la familia natural, la pareja formada por un hombre y una mujer.

Y esto, al grado de que cuando se habla de una familia natural, se le encasilla como de “derecha”. Una familia natural es automáticamente de “derecha”. No puede ser de “izquierda”, según la izquierda misma, porque la familia no tradicional es la formada por cualquiera de las otras opciones que no son un hombre y una mujer (y sus hijos biológicos o adoptados).

Contradictoria es la izquierda actual. Los que suscriben el guevarismo y el castrismo, son machistas y siempre han denigrado y perseguido a los homosexuales (basta ver el caso de Reynaldo Arenas). Y a la mujer. Pero los progresistas, que a veces portan playeras del Che Guevara, desean el socialismo también, pero son feministas y rechazan al machismo, y a la misoginia.

Otra vertiente de la izquierda contemporánea es el odio racial. En Estados Unidos cada día crece más el odio organizado de negros contra blancos y latinos, contra policías y contra toda forma de autoridad. Expresiones de este radicalismo posmoderno son Antifa, terroristas domésticos americanos, y Black Lives Matter, truculento grupo que encarna el resentimiento centenario de la comunidad negra en busca de venganza.

No conozco a ninguna persona que se defina como de “izquierda”, que no guarde resentimientos, y que no quiera, como resultado de éstos, destruir instituciones, usar la violencia como factor de cambio.

La izquierda es mucho más destructiva que constructiva, y aquellos que quieren cambiarlo todo, cuando alguna vez llegan al poder, son mucho peores que lo que desplazaron, como se muestra perfectamente con Fidel Castro y Hugo Chávez.

La izquierda en América Latina no es democrática, sino autoritaria, y más bien, amante de las dictaduras. Ahí está de ejemplo el tiempo que han permanecido en el poder Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales y sus cómplices en Bolivia, o Rafael Correa en Ecuador, quien afortunadamente fue traicionado por uno de los suyos que entró en razón y salvó a ese país.

Para los izquierdistas es recomendable asistir al psicólogo, y no traducir sus frustraciones en acciones políticas de venganza. En el diván podrán resolver de una manera más sana las injusticias que hayan sufrido y aprender a construir países más prósperos, en lugar de darle rienda suelta a su sed de sangre, como el pillo del Che Guevara.

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