La CELAC fue creada en 2010, como un propósito de la llamada Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, en Playa del Carmen, México. La Cumbre de Caracas, en 2011, le dio forma definitiva. La recién Cumbre no logró lo que se deseaba para los pueblos de América.
RL / Idaed / Agencias
Este foro no se reunía desde 2017, cuando efectuó su quinta Cumbre en República Dominicana. Impulsada por los regímenes de Venezuela y Cuba, la CELAC tuvo como propósito siempre excluir a EEUU y Canadá, arrinconar a la OEA y ser un foro de defensa de los propios regímenes de Cuba y Venezuela. Nunca perdió este carácter, lo que obligó a Brasil a auto excluirse de la CELAC en 2020, denunciando que daba protagonismo a los “gobiernos totalitarios” de la región.
México asumió la presidencia pro tempore del organismo en 2020 y entonces se planeó realizar una nueva Cumbre en la capital mexicana, en el contexto de las crecientes dificultades del gobierno de López Obrador con la OEA y su secretario general, Luis Almagro. ¿Pero cuál sería el beneficio de la Cumbre para López Obrador, una figura más bien refractaria al roce internacional? No queda claro. Tal vez cedió a los argumentos de Cuba o Venezuela, de convertirlo en un nuevo “líder continental de la izquierda” (una tentación que aqueja a los presidentes mexicanos en la segunda mitad de su mandato), tras los aprietos o el retiro de figuras como Luiz Inácio Lula da Silva, Daniel Ortega, Evo Morales, José Mujica o Rafael Correa.
Como sea, la Cumbre se organizó, con los fines explícitos de sustituir a la OEA, excluir a EEUU de la región, avanzar en un esquema de autodeterminación de las naciones y a la vez (contradictoriamente) una integración tipo Unión Europea, y dar un respaldo político a los regímenes cubano y venezolano.
Así lo indicó el mismo López Obrador en varias de sus conferencias de prensa, las “mañaneras”. Incluso, en un hecho inusitado, se invitó al dictador cubano para participar en las fiestas de Independencia del país, un par de días antes del inicio de la Cumbre, se dio un injustificado protagonismo al líder chino para dar un insulso mensaje grabado a los asistentes, y sin importar que México fuera supuestamente anfitrión “imparcial” de las negociaciones entre la dictadura venezolana y la oposición, se invitó al propio Nicolás Maduro a participar en el foro. Así que el propósito era claro.
Pero el éxito que esperaba López Obrador terminó en un gran chasco. Primero, por el superlativo repudio que generó la presencia de Díaz-Canel y Maduro, visible de forma casi unánime en medios de comunicación y Redes Sociales. Enseguida, por las palabras de los presidentes de Uruguay y Paraguay en el evento (también de Ecuador, pero que fue menos directo y claro), desautorizando la presencia de Díaz-Canel y Maduro.
Y finalmente, en la declaración final de la Cumbre, que no recogió ninguno de los ilusorios propósitos anunciados anteriormente por López Obrador, tal vez por la falta de acuerdo, su respaldo muy minoritario o su poco realismo.
Así que lo que esperaba el gobierno mexicano que fuera un gran respaldo político a las dictaduras de Venezuela y Cuba, terminó en una enorme desautorización frente a todos los pueblos de la región, en un espectáculo humillante para Maduro y Díaz-Canel, además de no concretarse la posible idea de convertir a López Obrador en un referente de la región: frente a los reiterados y enormes fracasos en su política interna, su política internacional empieza también a resentirse. Hoy la política exterior de México solo puede identificarse en dos grandes líneas: 1) La represión a migrantes, para satisfacer las presiones estadounidenses y volver a obtener el gran margen de tolerancia que López Obrador tuvo en otros temas bilaterales durante la gestión de Donald Trump, y 2) El ser la comparsa, el defensor y el escuálido financista de los regímenes dictatoriales de izquierda en la región.
Así, sin proponérselo, tras el ridículo de esta sexta Cumbre de la CELAC, este foro fue exhibido y confirmado como un instrumento inútil, cómodo solo para regímenes bananeros. Y López Obrador quedó clara y perdurablemente asociado a una mafia de asesinos y represores financiada por el narco. Fue un perder/perder. Para él y para el país.