Mayormente con la emergencia sanitaria se incrementa de manera exponencial la violencia en los hogares: mujeres y niños están confinados con sus agresores.
En viviendas pequeñas o con hacinamiento, la interacción “se intensifica” en un contexto de estrés y angustia por la crisis de la Covid-19. Agresiones físicas –incluida violencia sexual– y psicológicas, mecanismos machistas que prevalecen frente a conflictos intrafamiliares, explican expertos.
Primera de dos partes. La crisis causada por la Covid-19 incluye el aumento exponencial de la violencia intrafamiliar: el aislamiento al que se ha sometido una gran parte de la población mexicana para evitar el contagio del coronavirus SARS-CoV-2 ha dejado indefensos a mujeres y niños que conviven día y noche con sus agresores, explican expertos.
El fenómeno, coinciden, se incrementa sobre todo porque las dinámicas de interacción “se intensifican” en espacios que suelen ser reducidos (viviendas pequeñas con tres o más habitantes); pero también por el estrés y la angustia que provoca la situación económica, sobre todo en los hogares donde se ha perdido el empleo.
Así, la pandemia ha evidenciado aún más las fallas estructurales en la sociedad mexicana, como la falta de prevención de la violencia en el interior de la familia, dirigida hacia mujeres, pero también hacia infantes y adolescentes.
De acuerdo con la Red Nacional de Refugios (RNR), las llamadas de auxilio a mujeres víctimas de violencia han incrementado en un 80 por ciento; y las solicitudes de ingreso para algunos refugios aumentaron hasta un 50 por ciento.
En cuanto a la violencia sufrida por la niñez, ese porcentaje indicado que se debió incrementarse para los niños de forma proporcional, señala en entrevista Mariana Gil Bartomeu, abogada en la Oficina de la Defensoría de los Derechos de la Infancia. “El problema es que no se está atendiendo”.
Las organizaciones han advertido que el 19.33 por ciento de los hijos de las mujeres solicitantes de apoyos también fueron víctimas de agresiones dentro de sus casas.
Esta situación recuerda el discurso feminista de reconocer a la familia como “un lugar altamente violento”, donde “hay estructuras invisibles, pero muy presentes, en los vínculos e incluso en la distribución de los espacios, la comida, las tareas del hogar asumidas como parte del ethos de las mujeres”, dice el investigador Leonardo Olivos Santoyo.
“Las familias son las expresiones más nítidas de una organización muy jerárquica”. La verticalidad y el ejercicio de poder son los posibilitadores de la violencia, explica el politólogo Olivos Santoyo. Y frente a situaciones de una gran conflictividad, en momentos de excepción como el de la pandemia, “todos los ingredientes de la conflictividad cotidiana se intensifican, por tanto las tentativas para resolverlo haciendo uso de la violencia son y estarán mucho más presentes”.
Para Mauricio González González, maestro en teoría psicoanalítica por el Colegio de Psicoanálisis Lacaniano (CPL), el incremento de la violencia intrafamiliar se debe la intensificación de las interacciones en ámbitos privados que, casi siempre, tienden a ser reducidos. Y “si las relaciones están deterioradas, tensas –lo común en cualquier relación– puede escalar”.
Sumado a los espacios reducidos y el hacinamiento, es relevante señalar las fallas estructurales relacionadas con la clase y la economía, explica Edith Escareño Granados, acompañante psicosocial de víctimas de actos de violencia. La psicóloga ejemplifica a las familias que han perdido sus trabajos o en cuyos hogares no tienen acceso a la tecnología; al no contar con solvencia económica, las tensiones aumentan en el interior de la casa.
La especialista en la atención de menores considera relevante recordar que la violencia se da a partir de “la frustración de no poder hacer que el otro haga lo que uno quiere, y hace el impulso y queda rebasado poder interactuar de otra manera, más otros factores externos de familia”.
Aunque la pobreza no respeta sexo ni género –más del 50 por ciento de la población mexicana está en dicha condición–, la violencia estructural (el sistema económico, el mandato de la masculinidad y la pedagogía de la crueldad) tiene como víctimas principales a los hombres, señala la psicóloga feminista Elisa Hernández Blengio. “Y como la violencia es burocrática se auto-reproduce: los varones la reproducen sobre los que siguen hacia las mujeres de su familia o sus hijas e hijos”.
Como resultado de la “formación sociocultural del ser hombre” (la masculinidad), los hombres “tramitan” sus afectos mediante el enojo o la fuerza, expresiones muy ligadas a la violencia, opina Leonardo Olivos, experto en el estudio de la violencia de género.
De acuerdo con la psicóloga Elisa Hernández, por esa construcción –que es “como un estatus que tiene que ser alcanzado pero nunca se alcanza”– algunos hombres tienen que legitimarse mediante sus acciones violentas en los espacios públicos. “¿Qué pasa cuando el sujeto tiene que reafirmar la masculinidad en un solo espacio? Se recrudece porque ya no hay pares. Esa violencia se queda circunscrita en un solo espacio, por eso se exacerba mucho, porque ahí tienen que demostrar todo el tiempo”.
Al respecto, Edith Escareño, psicóloga por la Universidad Nacional Autónoma de México, expone que, aunque por siglos se ha visto a la familia como aquella unidad de protección y el gobierno federal eche mano de ese discurso “familista” y ponga a los valores como los elementos que “van a hacernos salir de esta crisis, no es tan así”. Ello, indica, porque no se ha tomado en cuenta lo que “ya pasaba dentro de las familias: la cascada de violencia que no sólo es hacia a las mujeres sino hacia esa otra población: la infantil”.
Ante los desencuentros que ocurren en el hogar en esta cuarentena se requieren muchas maneras de gestionar las emociones “con los nuestros, porque también es eso otro caldo de cultivo: todos tenemos historias en casa. Ahí el problema es más delicado porque muchas escalan y feo en este país, por un sistema que hace uso de la violencia frente a los menos favorecidos”, advierte el maestro en teoría psicoanalítica Mauricio González.
La niñez, desdibujada en la violencia intrafamiliar
La Secretaría de Gobernación admitió que desde que se declaró la emergencia sanitaria por Covid-19, el confinamiento había provocado un aumento del 120 por ciento de la violencia contra mujeres y menores dentro de los hogares. De acuerdo con las estadísticas reveladas por la secretaria Olga Sánchez Cordero a mediados de abril, nueve de cada 10 personas violentadas en su hogar es mujer. El 66 por ciento de ellas sufre violencia física, mientras que el 22 por ciento, violencia psicológica.
La niñez “siempre” ha sido invisibilizada cuando se aborda la violencia familiar (no nada más durante la pandemia), critica la abogada Mariana Gil Bartomeu. Sólo es vislumbrada como una violencia dirigida hacia las mujeres, hacia las madres, como si los menores no estuvieran dibujados en las familias ni fueran receptores de las agresiones, en ocasiones indirectos. “Aunque los niños y niñas no reciban agresiones [golpes] directas, se vuelven víctimas, pues están inmersos en una situación de violencia”.
Pese a la invisibilidad, México figura como el primer país a nivel mundial en maltrato infantil, abuso sexual y homicidios entre menores de 14 años, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En el país, “el 63 por ciento de la población mexicana ha referido hacer uso de los golpes” para disciplinar a los infantes, explica Juan Martín Pérez García, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). Datos oficiales revelan también que seis de cada 10 menores han experimentado alguna forma de maltrato infantil.
Sumado a las violencias estructurales como la económica, la psicóloga Edith Escareño agrega a las causas de incremento de violencia familiar, la sobrecarga y demanda de trabajo que tienen las madres y padres de familia, lo que contribuye a que se incremente la tensión y resulte en algún tipo de agresión.
Durante la pandemia se ha duplicado o incluso triplicado la carga para las mujeres, ya que el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado recae principalmente en ellas y asumen en promedio 39 horas semanales del mismo. Esto significa el triple de horas respecto de los hombres (quienes en promedio dedican a ello 13 horas a la semana), de acuerdo con la coordinadora para la Igualdad de Género de la máxima casa de estudios de México, Tamara Martínez Ruiz.
El aumento de mayor tensión en “ciertas familias” resulta a la hora de hacer tareas y de reforzar los conocimientos de la escuela en casa y más con el traslado de lo académico a lo virtual. La psicóloga Escareño Granados explica que los padres suelen desesperarse al intentar transmitir conocimientos y que los niños no puedan internalizarlos.
Los datos de la más reciente Encuesta nacional de niños y mujeres refieren que 5.1 por ciento de los menores de 5 años presentó cuidados inadecuados; el 63 por ciento de infantes en edad escolar experimentó al menos una forma de “disciplina violenta” (como violencia física o psicológica); y los adolescentes de entre los 12 y 17 años que viven en ciudades vivieron con mayor frecuencia violencia física.
La encuesta indicó que las niñas son quienes reciben mayoritariamente violencia psicológica, mientras los niños son castigados, regularmente, con cualquier tipo de agresiones físicos leves o severas, como palizas o golpes con objetos.
Las variados tipos de violencia producen afectaciones en los infantes, los cuales se reflejan en cambios en su conducta, además algunos copian y expresan el enojo a través de la violencia y la frustración; en otros casos se vuelven más reservados, explica la especialista en atención de la niñez Edith Escareño.
Agrega que en cuestiones cognitivas se puede presentar falta o la falla en el aprendizaje; y en cuanto a lo emocional, puede manifestarse en tristeza, enojo e incluso desolación por quien no cumple la función de protección y violenta.
Otro riesgo que corren los menores es el abuso sexual en un país que figura como el primero a nivel mundial en este delito. Tan sólo en 2018, la Redim registró 17 mil 586 casos a nivel nacional, de los cuales el 85.3 por ciento fueron perpetrados contra niñas y adolescentes mujeres. La organización apunta que el abuso sexual y la violación simple encabezaron la lista con mayor número de sucesos.
Estos delitos pudieran incrementar durante el distanciamiento social, puesto que las niñas “ahora están todo el día en casa con los agresores (muy posiblemente)”, afirma la psicóloga Edith Escareño. Y es que de acuerdo con la Encuesta nacional sobre la dinámica de las relaciones en los hogares 2016, los principales agresores están dentro de la familia: los tíos son quienes más cometen violencia sexual, en segundo lugar los vecinos o algún conocido, el tercer peldaño lo ocupan los primos.
Lo grave en este tópico es que “la mayoría de los niños, niñas y adolescentes no revelan que sufrieron violencia sexual por miedo, vergüenza, culpa o porque no reconocen su victimización”, ha indicado la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas.
De 1 mil casos de abuso, sólo uno es denunciado, refirió en un comunicado la Redim, lo que se debe al “lazo fuerte de complicidad” de las familias, de las mujeres con los agresores: se vuelven secretos de familia, dice la psicóloga feminista Elisa Hernández Blengio.
Agrega que la violencia física destruye psíquicamente: en los casos de violación puede traducirse en el trastorno de estrés postraumático clásico de la tortura.
“La familia es la que tiene que proteger a las criaturas y con familia no me refiero a la madre estrictamente, sino al núcleo familiar; más, en México que la gente vive hacinada: muchas personas viven muy cerca y muy juntas y se sabe que el tío es violador, agresor. Si todo el mundo guarda silencio en torno a eso hay una complicidad colectiva que es necesario romper”, señala Hernández Blengio.
Pero la violencia, sobre todo la sexual, es un tema que las familias no admiten ni discuten. “Todo lo que procura reconocer que en las familias se gestan relaciones tan violentas es algo que produce vergüenza y mucho dolor; una incapacidad de verbalizarlo, reconocerlo y actuar en consecuencia es muy complicado”, explica el investigador Leonardo Olivos Santoyo.
Al respecto, la psicóloga Escareño Granados insiste en que la familia no siempre es un ente protector. Ante ello, llama a desmitificarla como tal y como la transmisora para ser alguien bueno, “porque [ese mito] invisibiliza la violencia que viven los niños, niñas, los adolescentes y las mujeres en casa”.
Para muchos menores, la escuela resulta un lugar de resguardo, lo que se perdió con la medida de aislamiento, apunta Edith Escareño. Por ello, Juan Martín Pérez, coordinador de la iniciativa Tejiendo Redes y director de la Redim, considera relevante “ayudar a que niños y niñas tengan escucha más allá de la familia”, como las comunidades educativas, porque eso les va a permitir hablar, reducir el estrés, incluso identificar si son víctimas de violencia.
Para la psicóloga Edith Escareño, el periodo de aislamiento también permite “voltear a ver e intentar seguir sacando de lo privado esa violencia”, porque, si bien, es una cuestión individual del agresor “no hay que perder de vista la responsabilidad de las instituciones protectoras de los derechos de las niñas y niños: si antes había ciertas fallas, con la contingencia son todavía más evidentes”.
Por su parte, Juan Martín Pérez García considera como una forma en que las instituciones permiten que la violencia hacia la niñez es la impunidad existente en el país replicada hacia los niños y niñas: de cada 100 carpetas de investigación donde niños y niñas son víctimas, sólo tres alcanzan un tipo de sentencia o proceso.
Con base en las leyes mexicanas, a nivel federal y en cada una de las entidades federativas hay autoridades encargada de atender los casos de violencia hacia los infantes, explica la abogada Mariana Gil. Sin embargo, advierte, hay mucho desconocimiento de cómo se actuará en caso de recibir llamadas de auxilio y proteger a quienes estén en riesgo.
En el caso de la capital, por ejemplo, es la Procuraduría de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad de México. Pero, “hasta el día de hoy no he visto que haya algún pronunciamiento sobre ellos o de la misma jefa de gobierno diciendo cómo va a trabajar esta Procuraduría, si va a tener turnos, si van a tener guardias”, indica la abogada miembro de la Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia.
La violencia intrafamiliar en el contexto de la propagación del coronavirus SARS-CoV-2 no es privativa, es un fenómeno mundial. Al respecto, la Relatoría Especial de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra la Mujer, sus Causas y Consecuencias advirtió que se trata de uno de los impactos de la pandemia de Covid-19.
Desde el 27 de marzo, la relatora Dubravka Šimonovi? había señalado que los esfuerzos para hacer frente a la actual crisis de salud pueden conducir a un aumento de la violencia doméstica contra las mujeres.
“Como indican informes iniciales de las policías y líneas directas, la violencia doméstica ya ha aumentado en muchos países, ya que las medidas que imponen el aislamiento obligan a varias mujeres a permanecer en sus hogares bajo el mismo techo que los perpetradores, aumentando la vulnerabilidad de las mujeres a la violencia doméstica, incluidos los feminicidios.
El riesgo se ve agravado por menos intervenciones policiales; el cierre de tribunales y el acceso limitado a la justicia; el cierre de albergues y servicios para víctimas, y la reducción del acceso a servicios de salud reproductiva”.
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