El cliente muestra el pulgar hacia abajo dentro de su auto. A un lado de la carretera, el vendedor asiente y extiende el dedo índice hacia arriba. En Santa Elena de Uairén donde se enriquecen los talibanes de la gasolina.
RL /Idaed / BBC
Con dos simples gestos de mano se pone en marcha en Santa Elena de Uairén, junto a la frontera con Brasil, un negocio ilegal pero muy lucrativo, especialmente atractivo ahora en la Venezuela de la crisis.
El pulgar sirve para preguntar si la persona en el arcén vende gasolina. El índice indica el precio. Uno. Un real brasileño, poco más de 1.000 bolívares venezolanos al cambio.
La rentabilidad de ese gesto es enorme porque en Venezuela, uno de los grandes países petroleros, la gasolina está subsidiada por el gobierno y por ello es prácticamente gratuita para el usuario.
El litro de la de menor calidad se compra en la gasolinera a 1 bolívar. Y en Santa Elena se revende ilegalmente en la calle a 1.000 o más al conductor con matrícula brasileña
En la ciudad brasileña más próxima, Boa Vista, a unos 200 kilómetros de la frontera, ese mismo conductor la encuentra a casi 4 reales. En Santa Elena, a uno.
“Tenemos la gasolina más económica del mundo y al lado tenemos un país con la tercera gasolina más cara del mundo. Lógicamente es un atractivo para aquellas personas que quieren vivir de una manera fácil“, admite a BBC Mundo Manuel de Jesús Valles, alcalde del municipio de Gran Sabana, cuya principal población es Santa Elena.
A esas personas, los revendedores o contrabandistas, se los conoce en la localidad como “talibanes”.
“En Santa Elena, o te dedicas al turismo o al contrabando de gasolina. Mucha gente no busca trabajo normal, porque el contrabando es mucho mejor”, me dice un empleado del sector turístico, la principal actividad (legal) de la ciudad de 33.000 habitantes.
Refugio hippie
Luego veremos en detalle por qué. Pero primero, hablemos de Santa Elena de Uairén.
Es una parada casi obligada para los turistas que recorren la Gran Sabana, suben al monte Roraima y visitan el Parque Nacional de Canaima, una de las joyas naturales de Venezuela.
Fue un refugio hippie, un oasis de tranquilidad escondido, la última población antes de cruzar la frontera con Brasil.
Pero en los últimos años eso cambió por la gente que llega atraída por la promesa de la gasolina.
Y es que Santa Elena es un enclave próspero y por ello contradictorio en la Venezuela actual. No existe la escasez de alimentos y de productos básicos que caracteriza actualmente al país en crisis. No hay filas ni precios regulados.
Eso se debe a que está muy cerca de la frontera con Brasil -apenas a 10 minutos en auto-, lo que permite la fácil llegada de mercancía, aunque sea cara.
Y el otro factor es que hay dinero. Mucho en comparación con la mayor parte de Venezuela gracias, sobre todo, a la proximidad de las minas de oro de la zona.
Esos yacimientos generan actividad económica junto al turismo y el comercio. Pero el negocio de mayor beneficio con menor esfuerzo es el contrabando de gasolina.
A favor de los “talibanes” está el escaso número de bombas de la zona.
Desde Tumeremo, epicentro minero, hasta Santa Elena hay 378 kilómetros, más de 5 horas en auto por la solitaria y bella Gran Sabana. Entre ambos puntos, una sola gasolinera.
Por ello, cuando paso en auto por los pequeños municipios de El Dorado y Las Claritas camino de Santa Elena veo junto al asfalto varios puestos que venden botellas de 1,5 litros del refresco de naranja Hit. En realidad están rellenas de gasolina.
Es una solución si el auto se queda sin combustible o si no se quiere esperar horas en las colas.
El número blanco en el cristal
Quien ya está acostumbrado a esperar es Alejandro, que con sus más de 50 años se instaló hace poco en Santa Elena. Se mudó desde Maturín, a 750 kilómetros, en busca de un trabajo. Y lo encontró. Me dice que se gana la vida con traslados hacia la frontera con Brasil. Pero también tiene ingresos extra.
Son las 7:30 de la mañana y está en la fila para poder repostar en una de las dos bombas de Santa Elena.
Espera de pie frente a su vehículo, esta camioneta en la que luce un número en blanco. Fue pintado en el cristal por un empleado de la petrolera estatal PDVSA, dueña de la gasolinera.
Alejandro es el 55. Hay 54 por delante y al menos otros tantos por detrás en una fila cuyo final no veo.
“Vengo a las 8:00 de la noche, duermo y me traigo comida”, me cuenta. Lleva ya 12 horas y espera poder repostar al mediodía.
“Todo es una mafia. Hay muchos carros que son mulas. Vienen todos los días. El Silverado tiene dos depósitos de 140 litros”, explica sobre un potente modelo de la marca Chevrolet muy visto en la zona.
Los límites de litros impuestos por las autoridades son fáciles de burlar, me dice.
El depósito de la camioneta de Alejandro tiene capacidad para 60 litros. Parte del combustible será luego extraído para la reventa.
“Yo uso un motor eléctrico para sacarla. Yo no la chupo, que es malo para la salud y los dientes”, me dice.
A su lado, otro compañero de fila se ríe de lo mal que sabe la gasolina. En 10 minutos dice que es capaz de aspirar 20 litros. La manguera es, sin embargo, el método más extendido.
Gasolineras bajo protección
A las 8:00 se abren las gasolineras de Santa Elena, custodiadas por hombres armados con uniforme verde olivo de la Guardia Nacional.
Una de las estaciones está en un cruce de caminos, una rotonda en la que convergen varias vías.
A esa hora, en un lado esperan las motocicletas; en otro, los turistas; en otro, las camionetas Toyota 4×4 que llevan a los caminantes al monte Roraima y que tienen prioridad; en otro está la fila más larga, la de los vehículos de los locales, en la que Alejandro ocupa el lugar 55.
Y con el número uno está Mari, que como mujer tiene lugar preferencial, lo que no impide que lleve ahí desde las 4:00 de la madrugada.
“Hay mucho negocio aquí con la gasolina”, me dice cuando le pregunto sobre el motivo de esas largas filas. No es un problema de escasez. “Hay gasolina, pero hay mucha gente”.
Cuatro días después vuelve a ser la número uno. No es taxista, pero Mari necesita repostar su auto muy a menudo. Admite que vende el litro a 1.100 bolívares. En unos minutos lo pagará a sólo 1 bolívar en el surtidor.
Control
Las autoridades tratan de controlar el contrabando. Dependiendo de en qué número termine la matrícula, los habitantes tienen que repostar en una u otra de las dos bombas de Santa Elena. Y deben tomar un día de “descanso”, es decir, pueden ir tres veces de lunes a sábado. Pero los domingos hay vía libre para todos.
Hay una tercera gasolinera en Santa Elena, pegada a la frontera. Vende combustible a precio internacional, solo en reales brasileños, a 1,5 reales el litro (más de 1.500 bolívares). Pasé varias veces y estaba vacía o cerrada.
En teoría, los vehículos de 4 cilindros no pueden llenar en Santa Elena más de 30 litros en cada paso por los surtidores. 60 es el límite para los de mayor cilindrada.
Los controles, sin embargo, son fácilmente superables.
“Lógicamente hay personas que violan esto y venden gasolina hacia el hermano país”, afirma el alcalde del municipio Gran Sabana, Manuel de Jesús Valles.
El negocio supone a veces sobornar a empleados de la bomba o a guardias, llenar bidones extra y modificar depósitos, según me cuentan algunos de los llamados “talibanes”.
Los riesgos
El contrabando de gasolina es un problema para la población que no se dedica a ello. Y no sólo por las horas de fila.
“Soy una ciudadana más a quien le afecta todo este triste panorama”, me dice una vecina que prefiere no dar su nombre
“Las horas de espera, la sociedad corrompida y desesperanzada, los vapores que entran por las ventanas de nuestra casa, el riesgo de vivir entre casas llenas de bidones y tambores de 200 litros rellenos de combustible“, enumera, apenada y preocupada.
El alcalde lo reconoce.
“El almacenamiento de sustancias peligrosas está penado por la ley. Ciertamente eso ocurre en gran parte de nuestra población, pero con todas las políticas que estamos implementando ya la pasada semana hemos hecho incautaciones de 4.000 litros de combustible”, afirma el alcalde De Jesús Valles.
Yo estuve en Santa Elena la semana del 20 de febrero. Desde hace dos semanas, me dice el alcalde, están impidiendo que se formen filas en las gasolineras antes de las 6:00 de la mañana. Para evitarlo remolcan vehículos como el de Mari y Alejandro que pernoctan allí.
“No podemos dejar que la gente venga a delinquir a nuestra población”, afirma contundente el alcalde De Jesús Valles.
Cada color, un sector
Pero el negocio, sus beneficios y sus riesgos están ahí, aparentes.
Cuando el conductor con dinero busca gasolina sin esperas, es momento de hacer el gesto con el dedo pulgar o simplemente de preguntar.
En una esquina de la ciudad me dicen que hable con cualquiera de los hombres de camisa amarilla. Por colores los “talibanes” se reparten las zonas en las que se cambian reales por bolívares y viceversa, y en las que se revende gasolina.
Me contaron que a veces te meten en casas de tapias altas, detrás de las cuales llenan el depósito.
Fredy, de camisa amarilla, es menos discreto. Se monta en nuestro auto y nos lleva a una zona residencial algo apartada, pero sin muros. Entra a la casa y regresa al poco tiempo con un bidón y una manguera para llenar el tanque.
Renunciamos por el elevado precio de 1.500 bolívares el litro que nos pide. Acepta moneda venezolana, pero el costo de completar el depósito nos dejaría sin billetes.
En Santa Elena, pese a la inflación y el escaso valor del bolívar, que obliga a cargar con mucho papel hasta para un gasto menor, todo se paga en efectivo.
Repostamos finalmente a 144 kilómetros, en Los Rápidos de Kamoirán, la primera bomba de la zona tras salir de Santa Elena. No hay más posibilidades, por lo que esperamos dos horas a que el camión de PDVSA introduzca el combustible en los surtidores.
Un depósito lleno con 35 litros de la mejor gasolina nos cuesta 210 bolívares, apenas US$0,07 en el cambio en el mercado paralelo, el más usado en las transacciones.
Ese bajo precio de venta hace que el contrabando genere un gran beneficio. Y de ello se aprovechan muchos en Santa Elena de Uairén, cuya vida gira, sobre todo, en torno a dos gasolineras.