El elegido es abogado, tiene 37 años e inspira su confianza. Héctor Rodríguez es el gobernador del estado de Miranda desde octubre de 2017 y a quien Maduro habría elevado a su altar para que herede su poder. También para contrastar con Juan Guaidó, el dirigente opositor cuya estrella colectó el respaldo de decenas de naciones desde que se proclamó presidente encargado de Venezuela .
Es tal la fe que tiene depositada en él Maduro -y el núcleo de decisión venezolano- que Rodríguez fue uno de los enviados para las negociaciones en Oslo. No se apartó del libreto: se opuso con firmeza a que el usurpador de Miraflores renuncie y que se convocaran elecciones libres, tal como exigía la oposición y la comunidad internacional.
El gobernador goza de cierta imagen, de acuerdo a un artículo escrito por el periodista Alex Vasquez para Bloomberg, que hace referencia además de su posible futuro. Pero además no está manchado como las figuras más reconocidas del régimen como el propio dictador o Diosdado Cabello, Vladimir Padrino López o Tareck El Aissami. Rodríguez “es ideal“, murmuran en Caracas. Pero no muy por debajo de la superficie, es idéntico a su mentor, aunque menos histriónico. En la capital noruega fue quien comandó el falso diálogo y ganó tiempo para su jefe.
Tiene además otro plus entre los puristas del chavismo: cuando apenas contaba 26 años fue nombrado ministro del Poder Popular para el Despacho de la Presidencia. Quien lo ocupaba entonces era Hugo Chávez, su descubridor. El extinto militar veía en el joven dirigente universitario un elemento racional y una promesa de continuidad.
A diferencia de los jefes de la dictadura, el novel militante de Miranda aún no fue alcanzado por las sanciones de los Estados Unidos. Sobre todos los demás popes del régimen pesan serias acusaciones: vínculos con el narcotráfico, torturas y crímenes de lesa humanidad, corrupción, blanqueo de capitales, relaciones con el terrorismo internacional. La lista es interminable.
Otra de las cualidades que sobresalen en él es su capacidad para afrontar procesos electorales. Fue quien logró conquistar la tierra de uno de los más renombrados opositores al régimen, Henrique Capriles. Lo hizo a fuerza de mostrarse como un “moderado” dentro del chavismo, un oxímoron que le permitió ganar votos en todos los sectores.
Incluso, una vez elevado como gobernador, siempre se manejó con habilidad política: se centró en la gestión local, reconoció errores, prometió combatir la delincuencia en un estado con altísimos índices de violencia e intentó mostrarse como un “dialoguista“, un rara avis en su espacio político. Así, su popularidad crecía mientras la del resto de sus camaradas colapsaba.
Hoy replicó el comunicado oficial en el cual se dan a conocer los puntos de un nuevo acercamiento entre las partes en conflicto en el país propiciado por Noruega y que comenzaron este lunes en Barbados. “¡Basta de conflictos! ¡En momentos de dificultad las familias se unen, dialogan y juntos superan los problemas! ¡Debemos ponernos de acuerdo y trabajar por el futuro!“, dijo el chavista.
Mientras tanto, en la última semana en el Palacio de Miraflores sólo se oyeron alarmas inquietantes. La peor arribó desde las Naciones Unidas: Michelle Bachelet dio a conocer su informe. Fue devastador. Denunció violaciones a los derechos humanos, torturas y ejecuciones extrajudiciales por parte de la dictadura. El paper podría abrir las puertas a infinidad de resoluciones más severas. La ex presidente chilena –a quien el régimen había intentado burlar en su última visita– fue contundente en su presentación pese a las sospechas -infundadas- que pesaban en su contra.
Incluso organizaciones internacionales -como Human Rights Watch– lanzaron un pedido para que la Corte Penal Internacional sea notificada y evalúe la posibilidad de juzgar al venezolano por sus crímenes contra la Humanidad. ¿Podría el presidente que habla con aves enfrentar un tribunal global como tantos otros déspotas del siglo pasado? ¿Está preparando su sucesión antes de que sea demasiado tarde? Es su principal fantasía por estos días.
Maduro reconoce que el tiempo ya no está a su favor y que apenas un puñado de países en el mundo lo sostienen. También sabe que eso no será por mucho tiempo. Rodríguez podría ser su más apropiada carta de salida.