Al fin estalló la noticia, Juan Guaidó no será ya el presidente encargado del Gobierno interino de Venezuela.
Idaed / Oeldiario
El día en que lo iban a matar, se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado… pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagadas de pájaros. Se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas de almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior.
Su madre creyó que se había equivocado al verlo de blanco. Pero él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de besarle el anillo al obispo. “Pero el obispo ni se bajará – dijo su madre-, se irá por donde vino. Odia este pueblo”.
El obispo no llegaría en un buque cualquiera, sería un crucero de lujo de Chevron. Obispo era el nombre clave del embajador de los Estados Unidos. Vendría, metafóricamente, en la flotilla compuesta por petroleros ya de tráfico incesante con los abrevaderos petroleros de Venezuela.
Pero los más curiosos e informados aseguraban que el magnicidio -era el presidente encargado- sería en la madre patria. La insurgencia había abandonado Miami y se sentía cómoda en la antigua metrópolis; la capital era ahora Madrid.
El obispo, el que había tomado la decisión final desde su residencia de la calle Serrano, el embajador, ya se había reunido en los áticos costeados del barrio de Salamanca. Ya estaba tomada la decisión: había que poner fin al Gobierno interino, era orden del Vaticano, del de Washington D.C.- Roma locuta– se acabó la fiesta, nada de Gobierno interino. A Nicolás Maduro había que cuidarlo. Juan Guaidó, vestido de lino blanco, debía morir, políticamente. Así sucedió.
Cuando se supiera, había que dar algunas puntadas, era importante. El difunto Juan Guaidó había soñado la semana anterior del magnicidio que iba solo en un avión de papel estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros
Desde semanas, meses antes, se comentaba por el caro distrito madrileño. No se esperaba ningún buque, Madrid no tiene puerto, el obispo ya estaba allí, recibía las órdenes directas de la Casa Blanca. El barrio era un rumor corrido. Solo la noticia de la ruptura de un noviazgo señero y nobel de la nobleza criolla le hacía apenas sombra. En verdad todo era un rumor telemático. Los salmantinos estaban en sus cuarteles de invierno, serranos o costeros, pero son obedientes.
Cuando se supiera, había que dar algunas puntadas, era importante. El difunto Juan Guaidó había soñado la semana anterior del magnicidio que iba solo en un avión de papel estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros.
Preocupaban los parecidos. Apenas un mes antes del homicidio político de Pablo Casado, los periódicos de Madrid, a través de sus encuestas- los antidisturbios de las políticas desfavorables- también habían situado al líder del PP en un avión de papel de plata camino de la Moncloa y era un clamor que el obispo estaba al tanto. Desde círculos capitalinos situaban el epicentro del magnicidio en los cenáculos salmantinos, donde se citaban criolllos de noble estirpe y vargallosistas de nuevo cuño y toda estopa. La nobleza de ambas orillas anida en la capital desde hace años con el solo imperio del metropolitano del Washington.
Preocupaba y mucho que con esos ejemplos, Núñez Feijóo, como presidente encargado de España, pudiera darse por concernido. Casado, Jintao por analogía, la huida de Bolsonaro, dos días antes de perder su inmunidad, sembraban desconfianzas.
Las cancillerías europeas estaban ausentes, tendrían por reyes que desconocer a Guaidó; el paradigma había cambiado, nuevas órdenes, el asunto se había puesto serio
Al fin estalló la noticia, Juan Guaidó no será ya el presidente encargado del Gobierno interino de Venezuela. Las cancillerías europeas estaban ausentes, tendrían por reyes que desconocer a Guaidó; el paradigma había cambiado, nuevas órdenes, el asunto se había puesto serio.
Desde Londres llegaban reclamos sobre qué hacer con los oros y activos retenidos al Gobierno legítimo de Venezuela. Desde el Supremo de España, alarmados, se esperaban encíclicas. En Asuntos Exteriores, el ministro Albares era requerido para afinar con su habitual pericia diplomática cómo Pedro Sánchez podría salir de ésta.
Los buques, mientras tanto, circulaban con fluidez desde los puertos venezolanos y las costas estadounidenses. Y el alcalde de Madrid, uno de los barrios del distrito de Salamanca, no deja de interpelar a Díaz Ayuso sobre qué hacer con las Llaves de Oro de Madrid que Juan Guaidó podría esgrimir porque, de momento, no parece que tenga llaves en el barrio de Salamanca y el chalet que ocupó no figura disponible.