En el Día del Médico y la proximidad de esta fecha con un sonado Día Internacional de la Mujer lleva a que una doctora venezolana celebre a las mujeres, no siempre reconocidas, que la precedieron en su profesión y en las aulas de su Facultad.
RL / Idaed / Cinco8
En mi primer día en la Facultad de Medicina aprendí que en Venezuela tampoco nos faltaban los héroes civiles. Mis maestros nombraron sin cesar a figuras como José María Vargas, Luis Razetti, José Gregorio Hernández. No escatimaron esfuerzos en honrar a las mentes brillantes que pavimentaron nuestro camino y lograron que la medicina aprendida en Venezuela no tuviera nada que envidiarle a las mejores del mundo. También nos dieron una larga lista de fechas importantes y personajes célebres que fueron materia para un examen. Pero en esa extensiva lista de pioneros e hitos, faltaban nombres y hazañas. De eso me di cuenta después.
Jamás escuché hablar a mis profesores ni de Sara Bendahan, ni de Lya Imber de Coronil, ni de Virginia Pereira Álvarez.
Y quizás no habría reparado en esas ausencias si no fuese porque el día en que me toca celebrar mi oficio (10 de marzo) está tan cerca de la celebración más sonada que recuerdo del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). El renacimiento del movimiento feminista y las conversaciones que tenemos ahora en los espacios generados por esa lucha permiten que nos demos cuenta de lo difícil que lo tuvieron las mujeres que nos precedieron y de cuánto nos queda por hacer para que la igualdad de género sea real.
Como feministas nos toca estudiar y difundir los nombres de las primeras en cuestionar su rol dentro de la sociedad, de las primeras en poder graduarse en nuestras profesiones y en haberse destacado por su labor, a pesar de los obstáculos que les imponía la sociedad.
De Sara Bendahan, de Lya Imber de Coronil y Virginia Pereira Álvarez hay que admirar no solo el haber sido pioneras en entrar en las aulas de medicina de la Universidad Central de Venezuela, con la determinación de abrirse paso en un carrera abarrotadas de hombres y prejuicios. Además de ser las primeras, ellas también estuvieron entre los mejores de su generación.
Sara fue la primera venezolana que obtuvo el título de Doctor en Ciencias Médicas, en 1939. Sus padres eran inmigrantes sefardíes de Marruecos. Vivía en Guatire. Era de origen humilde y de salud frágil. Contrajo tuberculosis mientras cursaba el tercer año de la carrera, pero aun así fue una excelente estudiante y la elegida para hablar por su promoción el día del grado.
Antes, en 1936, Lya Imber, ucraniana de nacimiento, había sido la primera mujer en hacer el discurso de una promoción de médicos en nuestro país y luego fue nuestra primera médico pediatra. Lya fue miembro fundadora de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, del Hospital J.M. de los Rios (que también dirigió) y en su labor como miembro directivo de la Unicef, luchó por los derechos de los niños y habló abiertamente del papel que juega la igualdad de oportunidades en la dinámica entre salud y enfermedad. En este enlace podemos ver la entrevista que le hace su hermana Sofía Imber.
Hay un dato, por cierto, que deberían considerar los negacionistas del sistema patriarcal: cuando Lya y Sara se graduaron de médicos en la Universidad Central de Venezuela, ninguna de las dos podía podía votar: eran mujeres.
Virginia Pereira Álvarez no pudo terminar sus estudios en Venezuela, pero lo hizo en Estados Unidos. Regresó y trabajó codo a codo con Arnoldo Gabaldón. Fundó la Sociedad Venezolana de Bacteriología, Parasitología y Medicina Tropical. Fue la primera mujer venezolana en publicar un artículo científico y sus dotes para la escritura no se limitaron a academia: escribió también una novela, Avila mira hacia abajo.
Sobran las razones para que el legado de estas doctoras sea motivo de discusión y celebración en las aulas, pero no es tan así. Hasta hace poco apenas se las mencionaba. Muchos (¡y muchas!) ni las conocen.
Cuando nos enseñan historia en nuestras universidades, cuando nos enseñan la historia de nuestras profesiones, no siempre se repara en la discriminación de género y poco se dice de las luchas por los derechos de las mujeres a estudiar y a formarse, a tener carreras antes reservadas solo a los hombres.
Se suelen ignorar sus logros y a menudo no se encuentra sitio para ellas en las listas de acontecimientos importantes en el desarrollo de nuestra vida civilizada. Al ser invisibles estas luchas y logros, no es sorprendente que todavía hoy haya tanta ignorancia sobre las históricas desventajas que hemos sufrido a causa de nuestro género también en Venezuela, como en todo el mundo.
La espantosa crisis humanitaria que ha causado el régimen criminal que gobierna el país hace más de veinte años, nos ha llevado en los últimos años a conmemorar el Día del Médico en tono de protesta. Una protesta necesaria. Los hijos de Vargas, dentro y fuera de Venezuela, alzamos nuestra voz para denunciar las condiciones paupérrimas de nuestros hospitales, el estado terminal de la salud pública en el país. Salir a las calles con el puño en alto nunca nos ha costado. Pero como médicos hoy también nos toca hacer un ejercicio personal de reflexión y el mío lo hago desde la trinchera de la igualdad de género.
¿Se puede pensar en prevención y promoción de la salud sin pensar en igualdad de oportunidades? ¿Podemos hablar de salud y enfermedad en nuestro país sin ver que esta dinámica signada por el acceso a oportunidades y sin mencionar la marginación social de las mujeres? ¿Podemos enseñar historia de la medicina sin reconocer los hitos de las mujeres que forman parte de ella?
Cuando una mujer derriba un obstáculo que jamás debió existir, su logro es un logro de la humanidad. Y si bien es cierto que hemos avanzado, y mucho, queda bastante por hacer. Aun habiéndonos ganado el derecho a nuestras batas blancas, todavía nos dicen: “mamita” “chica” “niña” o “mi amor”. Pacientes y colegas. O al entrar en un quirófano nos confunden con asistentes, auxiliares o enfermeras. «A mí que me vea un hombre», he escuchado decir más de una vez o «hay especialidades más cómodas para las mujeres, porque así pueden cuidar a los niños».