Casi cuatro meses después del rebrote de la crisis política en Venezuela, las cosas podrían estar empezando a cambiar.
El embajador de Venezuela ante Naciones Unidas, Jorge Valero, confirmó que “hay conversaciones” entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición.
De acuerdo con las informaciones publicadas en diferentes medios de comunicación, ese diálogo empezó a fraguarse en un lugar secreto de Oslo, la capital de Noruega.
Este país escandinavo tiene una larga tradición como mediador en conflictos internacionales, papel que estaría ejerciendo de nuevo, esta vez para desbloquear la enrevesada crisis venezolana.
El líder opositor Juan Guaidó dijo que la delegación del antichavismo estuvo formada por el diputado Stalin González, el exdiputado Gerardo Blyde y Fernando Martínez Mottola, ministro en la época del presidente Carlos Andrés Pérez.
Por parte del gobierno chavista habrían participado Jorge Rodríguez, vicepresidente y una de las figuras de mayor peso en el Ejecutivo, y Héctor Rodríguez, gobernador del Estado Miranda, al que se considera una de las figuras emergentes dentro del chavismo.
Ninguno de los dos confirmó su asistencia a los encuentros, pero ambos publicaron un tuit en el que apostaban por el diálogo.
Las aún balbucientes negociaciones noruegas suponen un cambio en el guion de la batalla política venezolana.
Desde que el pasado 23 de enero, el presidente de la Asamblea Nacional, Guaidó, invocara la Constitución para declararse el presidente legítimo en lugar de Maduro, al que considera un “usurpador”, gobierno y oposición no se habían sentado a hablar.
Después de semanas de tensión y estallidos de violencia como los ocurridos el 23 de febrero, cuando se produjo el intento fallido de hacer entrar la ayuda enviada por Estados Unidos y otros países, y el 30 de abril, cuando Guaidó llamó a sublevarse a miembros de la Fuerza Armada, el diálogo parece abrirse paso.
Pero son muchas las dificultades que deberá superar.
Un acuerdo parece todavía lejos.
¿Por qué ahora?
Tras el fracaso del intento de insurrección del 30 de abril, que Guaidó bautizó como la “fase definitiva” de su intento por derrocar a Maduro, quedó claro que la oposición no puede lograr que un número suficiente de altos mandos del Ejército le retire el apoyo.
Esa había sido hasta ahora la principal apuesta del bloque opositor y de Estados Unidos, su gran aliado en la escena internacional, para quebrar a los leales a Maduro y forzar su salida.
Y Guaidó, como admitían en su entorno antes de los sucesos de abril, corre el riesgo de “acabar convertido en parte del paisaje”, si no logra a corto plazo ese objetivo.
A lo que se suma el impacto de la presión contra los diputados opositores,acusados de participar en los sucesos del 30 de abril, que el gobierno califica como un “golpe de estado”.
Pero que Maduro siga en el poder no significa que su posición no sea cada vez más débil.
Golpeado por las sanciones de Estados Unidos, su incapacidad para levantar una economía en caída libre y la rebelión liderada por Guaidó, el presidente sufre cada vez más presión.
Ivan Briscoe, del centro de análisis International Crisis Group, dice que “da la impresión de que el gobierno se ahoga lentamente y solo sobrevive a un altísimo costo”.
Para Geoff Ramsey, de Washington Office of Latin America (WOLA), “nadie negocia porque quiere negociar, sino porque no le queda otra opción; eso es lo que está pasando ahora en Venezuela”.
La incapacidad de la oposición de derribar a Maduro y el castigo sufrido por este abren ahora una ventana al diálogo.
Con unas instituciones cuestionadas y graves problemas para funcionar, y una sociedad que paga la factura del colapso económico y el bloqueo político, ambas partes parecen haberse dado cuenta de que, en palabras de Ramsey, “esto no puede durar para siempre porque va a aniquilar al país entero”.
Otro factor que alienta la negociación es la presión internacional.
Aunque el gobierno de Estados Unidos ha repetido que no descarta la opción militar para tumbar a Maduro, el hecho de que no haya dado el paso hacia una intervención que muchos veían posible en febrero deja espacio para otras iniciativas diplomáticas centradas más en la negociación que en soluciones de fuerza, como la de Noruega.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, dijo que el “mundo debe alinearse para lograr una transición democrática pacífica en Venezuela” y su gobierno es solo uno de los muchos implicados en la búsqueda de una salida negociada a la crisis.
Ya están en Caracas los enviados del Grupo Internacional de Contacto, formado por la Unión Europea, Uruguay, Costa Rica y Ecuador, para tratar de propiciar un acuerdo que conduzca a la celebración de nuevas elecciones y la normalización en el país sudamericano.
¿Darán resultado?
Todo indica que el diálogo se encuentra aún en una fase preliminar y diversas fuentes señalan que las delegaciones gubernamental y opositora ni siquiera han hablado directamente, sino a través de los mediadores noruegos.
Noruega ha jugado un papel clave en la resolución de conflictos tan dispares como los de Colombia, Guatemala o Sudán, lo que hace que Ramsey encuentre motivos para el optimismo en el hecho de que sea la anfitriona: “Su implicación es un paso enorme; si alguien tiene el músculo diplomático para hacer esto son los noruegos“.
Sin embargo, los antecedentes no permiten ser muy optimista.
El gobierno de Maduro y la oposición ya negociaron en República Dominicana, unas conversaciones que se cerraron sin acuerdo en febrero de 2018.
Ambas partes se culparon mutuamente del fracaso.
Y este nuevo intento también se encuentra con grandes obstáculos.
Luis Vicente León, de la consultora Datanálisis, lamenta que debido a la presión mediática y las filtraciones en la era de las redes sociales, gobierno y oposición no puedan verse “sin exposición pública inicial”.
León cree que la discreción ha sido “una condición fundamental en todos los procesos históricos de transición”.
Ramsey coincide en que “las probabilidades de éxito son mucho más altas cuando las conversaciones ocurren detrás del escenario”.
Pero quizá lo más peligroso sea el riesgo de fragmentación interna de las dos partes durante la negociación.
Ramsey teme que en las filas del chavismo “haya factores que piensen que todavía pueden imponerse a la oposición y seguir gobernando”.
Un dirigente conocedor del episodio de República Dominicana le contó a BBC Mundo que ya entonces surgieron tensiones entre los negociadores enviados por Maduro y Diosdado Cabello, hombre fuerte del chavismo y considerado el líder de su sector más inmovilista.
Pero las grietas también podrían aparecer en la oposición. De hecho, ya se ha hecho visible alguna.
Julio Borges, dirigente exiliado del partido Primero Justicia y líder de las conversaciones pasadas en República Dominicana, señaló en un tuit al poco de hacerse pública la noticia de las posibles conversaciones en Oslo que su formación no participaba en ellas y que se había enterado por la prensa.
“No avalamos ningún tipo de diálogo con la dictadura”, dijo Borges.
Escarmentados por lo que ocurrió en República Dominicana, muchos en la oposición temen que unas nuevas negociaciones sirvan sólo para que Maduro gane tiempo.
Hasta ahora la oposición se ha mantenido unida bajo el liderazgo de Guaidó, pero movimientos unilaterales de su partido, Voluntad Popular, podrían hacerle perder apoyos.
Algunos observadores intuyen que detrás del nuevo intento negociador está la figura de Leopoldo López, al que se tiene por el mentor político de Guaidó.
López fue condenado por su papel en las protestas que se saldaron con decenas de muertos en 2014, pero escapó de su prisión domiciliaria en la jornada del 30 de abril y terminó ocultándose de las fuerzas de seguridad en la residencia del embajador español en Caracas.
López y Guaidó se vieron allí el pasado domingo, un encuentro primero desmentido por el entorno de Guaidó, pero que finalmente confirmó, intentando restarle importancia, el ministro español de Exteriores, Josep Borrell.