En América Latina está en plena marcha la construcción de un nuevo bloque de los socialistas, con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, por ser la de México la economía más grande de los países que integran esta nueva formación.
RL / Idaed / China
Varios presidentes latinoamericanos han viajado a México para pedir favores o consejos a AMLO, quien los recibe con calidez, sabiendo que su proyecto latinoamericanista crece y se consolida, lo que le aporta peso político y capital de negociación ante Estados Unidos, como también le sirve de respaldo para perpetuar su proyecto político.
AMLO ha buscado granjearse la simpatía de Centroamérica, al firmar el Plan de Desarrollo Integral para esa región en junio de 2019, y favorecer con 100 millones de dólares a Guatemala, El Salvador, y Honduras.
Rafael Correa, ex presidente de Ecuador, vino a México en 2019 y agradeció al gobierno el aceptar como refugiados a sus colaboradores, en la embajada de México en Quito. Dijo que le daba gusto que México volteara de nuevo a ver hacia el sur.
Alberto Fernández hizo un viaje reciente para visitar al tabasqueño y pedirle ayuda para renegociar su deuda con Blackrock, aprovechando la supuesta buena relación que habría de AMLO con Larry Fynk, el líder de esa empresa de mega inversiones. AMLO ya le había ayudado antes al argentino, en teoría, a disminuir su deuda pública con el FMI.
El 12 de noviembre de 2019, AMLO mandó un avión de la Fuerza Aérea Mexicana a rescatar a Evo Morales de los problemas en los que estaba metido en Bolivia. El líder cocalero dijo que el mexicano le había salvado la vida. También en ese momento Luis Arce recibió la protección de México.
En esta semana tocó la visita de ese mismo Luis Arce a México, pero ya como presidente de Bolivia, emanado de las filas del Movimiento al Socialismo (MAS), el pernicioso partido de Evo Morales que está de regreso al poder y tiene tras las rejas a la expresidenta interina Jeanine Áñez.
AMLO hoy en día aún es presidente de la CELAC, la agrupación de países latinoamericanos y del Caribe, que quiere constituirse como un contrapeso ante la OEA —y de paso pedir la cabeza de Almagro—, de quien reprueban su actuación supuestamente a favor de Áñez en 2019, en lo que calificaron como “intervencionismo”.
Así es como AMLO y su canciller Marcelo Ebrard han ido construyendo, poco a poco, un nuevo bloque socialista en América Latina.
Un punto clave es que todos en este eje son izquierdistas, con cierto enfoque “anti-imperialista”, y hablan de “soberanía”, en especial de la “soberanía energética”.
Soberanía realmente significa no depender del extranjero, no importar productos. Lo cual es un ideal, una verdadera ilusión, en tiempos en los que todos los países compran a otros lo que les hace falta. Ningún país es autosuficiente en el mundo. Ni siquiera China pretende tal cosa. Xi Jinping ha dicho que el globalismo es una tendencia irreversible.
Japón, uno de los países más desarrollados del mundo, por ejemplo, compra el 60 % de sus alimentos al extranjero. La “autarquía” o autosuficiencia no parece algo asequible hoy en día.
Por ello no sorprende que tras la visita de Luis Arce a México, AMLO haya puesto ahora sus ojos en las minas de litio. Seguro va a buscar hacer una reforma para estatizar la minería de ese metal ligero, tan deseado por Estados Unidos y China, para las baterías de los autos eléctricos, como para las computadoras portátiles, los teléfonos celulares y tecnologías de energías renovables.
Recordemos que Bolivia vende mucho la idea de que ha nacionalizado el sector energético, y la explotación del litio, del que se disponen grandes reservas en el salar del Uyuni, en Potosí, unas 21 millones de toneladas.
Pero lo que ocultan es que en ese negocio no sólo hay inversión estatal de Bolivia, sino de China y de Alemania. No querían que “el imperialismo yanqui” los “despojara” de sus riquezas de litio, pero con China no tienen problema alguno.
A finales de agosto de 2019, Bolivia y China firmaron un acuerdo para constituir una empresa para edificar una planta de carbonato de litio, con una inversión inicial de más de 2400 millones de dólares.
A inicios de noviembre de ese año, el embajador de China en Bolivia, Liang Yu, declaró que para el 2025 su país iba a necesitar “800.000 toneladas de litio anuales”.
Pero no parece que China comparta la tecnología con Bolivia, con lo que no se ve un gran cambio en el esquema que aplican estos socialistas, con respecto de lo que siempre criticaron de otros países, según ellos, “colonizadores”. Sólo va por sus recursos naturales.
En la integración de la empresa firmaron el gerente general de Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB), Juan Carlos Montenegro, y Zheng Yan, quien es gerente general para Sudamérica de Xinjiang TBEA- Group Baocheng.
Algunos analistas señalaron que en la segunda quincena de noviembre de 2019, había ocurrido una suerte de “golpe de estado” por el litio, en una confabulación de intereses bolivianos contrarios a Evo, pero de la mano de Estados Unidos.
Este conjunto hostil al socialismo, según sus opiniones, habría impulsado a Áñez a la presidencia. Pero finalmente, ahora, en marzo de 2021, vemos que quien realmente explota el litio boliviano es el gobierno de Luis Arce, y China.
Según una investigación de Felipe Freitas da Rocha y Ricardo Bielschowsky, del 2016, de todas las fuentes que abastecen de petróleo a China —Oriente Medio, África, Comunidad de Estados Independientes (CEI) y América Latina—, las latinoamericanas fueron las que más crecieron entre 2003 y 2015, un “42 % al año”.
En 2003 eran casi nulas, pero alcanzaron cerca de 854.000 barriles diarios en 2015, lo que representa un 13 % de las importaciones chinas. Casi un 91 % de esa cifra produjo en América latina: en Venezuela (38 %), en Brasil (33 %) y Colombia (21 %).
China tiene presencia en Brasil, en Chile y Perú, con empresas relacionadas con energía eléctrica, como State Grid y Three Gorges. Recordemos que China y Brasil participan juntos en el llamado BRICS, como también en el G-20. China sostiene, además, con Chile y Perú, sendos tratados de libre comercio.
Durante la administración en Brasil de Lula da Silva (2003-2010) y de Dilma Rousseff (2011-2016), los lazos cariocas con China se estrecharon fuertemente.
Sólo por mencionar un dato: en 2009 China desplazó a Estados Unidos, como principal destino de exportación de Brasil. Tremendo golpe geoestratégico: China arrebata la más poderosa economía de América del Sur, a Estados Unidos.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), 65% de las adquisiciones realizadas por empresas chinas en América Latina en 2015 y 2016, se enfocaron en la energía eléctrica.
En 2017, América Latina habría exportado a China 102 mil millones de dólares, e importado 180 mil millones. Un déficit comercial que muestra el poder expansivo del gigante comunista asiático.
China ha venido conquistando América Latina, y ahora el Dragón Rojo se muestra cercano de este nuevo bloque socialista, al que tiene de alguna manera ya en la bolsa.
De acuerdo con datos del 2020 del Centro de Estudios Diálogo Interamericano, China ha concedido préstamos a países de ese eje rojo. Al que más le ha prestado es a Venezuela, 62000 millones de dólares. A Argentina le ha prestado 17100 millones de dólares. A Bolivia le prestó 3400 millones de dólares, y a México, hasta ahora, 1000 millones de dólares.
En América Latina, China extiende su influencia sobre todo a través del China Development Bank y el Export-Import Bank of China, dos de sus bancos más poderosos.
Sin duda estamos ante una reconfiguración geoestratégica de la región, en la que los países socialistas cierran filas, y buscan organizarse al margen de la OEA, maniobrando a través de la CELAC, en donde no figura ni Estados Unidos, ni Canadá. No tardarán en crear una organización de países latinoamericanos “no alineados”, pero con la presencia de China