Luis Romero, socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho, explica cómo es de verdad la relación de los abogados en las prisiones españolas; nada que ver con las películas estadounidenses.
RL / Idaed / Confilegal
Llegamos mi compañero y yo en taxi a la prisión de Ocaña, Toledo, para visitar a unos clientes investigados por un delito de asesinato. Pasamos por los primeros trámites mostrando la autorización del colegio de abogados y nos adentramos en el interior del centro penitenciario.
Cuando nos atendió el funcionario de la ventanilla antes de acceder a los locutorios nada hacía pensar que tendríamos problemas para comunicarnos con nuestros defendidos.
Pero hete ahí que como habíamos apurado el tiempo y eran las 13.30 horas aproximadamente, quedando unos treinta minutos para que expirara nuestro turno, un furibundo funcionario nos espetó sin dar las buenas tardes:
– ¿Cómo se les ocurre a ustedes venir a esta hora?¿No conocen ustedes los horarios?
– Sí, pero aún quedan unos treinta minutos.
– No, señor Letrado, no pueden salir ustedes justo a la hora, al menos deben terminar la visita diez minutos antes.
– No se preocupe que sólo vamos a hablar con nuestros clientes unos minutos.
– ¡Miren ustedes, como no estén fuera a menos diez, les juro que no podrán salir de aquí hasta las cinco de la tarde, porque yo no voy a echar más horas de las que me corresponden! ¿Lo han oído bien? ¡Que se quedan ustedes encerrados aquí! ¿Me han entendido?
– Sí, sí, no se preocupe que tardaremos poco.
Nos miramos mi colega y yo, indicándome mi compañero que jamás había visto a un funcionario tan enojado.
¿Qué le ocurriría?
Acordamos hablar brevemente con nuestros defendidos pero en todo caso, teníamos derecho a comunicar con ellos hasta las dos de la tarde. Yo, desde luego, nunca había sido apremiado de ese modo.
Me imaginaba encerrado allí, entre la mampara de vidrio que separa la ubicación del preso y la puerta de nuestro habitáculo.
Aunque pensaba que si se consumara la amenaza del servidor público, al menos disfrutaríamos del espacio del pasillo, pero no tendríamos a nuestra disposición los baños, alguna máquina de comida y bebida, y aún menos el restaurante de la prisión.
Dadas las circunstancias, nos dimos mucha prisa por la cuenta que nos traía, pero nos indignamos por esa falta de cortesía.
Pensamos en presentar una queja ante la Dirección General de Instituciones Penitenciarias pero finalmente desistimos ante otras prioridades.
Normalmente, el trato que observo en los funcionarios de prisiones es correcto y lo relatado es una excepción.
SEPARADOS DE NUESTROS CLIENTES POR UN VIDRIO Y EN CABINAS
Una de las limitaciones más notables para el derecho de defensa cuando un abogado acude a visitar a su cliente es que tengamos que hablar separados por un vidrio y que la mayoría de las veces no nos oigamos bien debido a los defectuosos sistemas de escucha: a veces, una especie de celosía metálica con agujeritos deja pasar la voz apenas audible, debiéndonos acercar a la misma para oír con dificultad a nuestro interlocutor.
Lo cual resulta muy complicado cuando a nuestro lado hay otro letrado conversando también con su cliente. No digamos ya, cuando las cabinas están saturadas.
El murmullo general nos impide entrevistarnos correctamente con nuestro defendido.
A veces, el griterío es tan grande, que salimos de ese lugar irritados.
Otras veces, los telefonillos no funcionan, lo que nos mueve a probar en otra cabina, a menudo a sugerencia del propio interno que parece saber cuáles son los habitáculos donde se encuentran en mejor estado los sistemas de comunicación quizás aconsejados por otros presos más veteranos.
Esto suele ocurrir en Soto del Real, Madrid, donde las cabinas son amplias y las sillas de plástico, muy incómodas y bajas respecto a la altura de la repisa que hace de mesa para apoyar nuestros folios al escribir y las actuaciones que debamos consultar.
Yo suelo colocar una silla encima de otra para ganar altura y dominar la escena.
EL TIEMPO SE DETIENE Y NO APARECEN NUESTRO CLIENTES
Una de las incomodidades mayores para mi y mis compañeros es el tiempo de espera. En ocasiones, por razones que desconocemos, el tiempo se detiene y como si alguien quisiera que reflexionáramos sobre nuestra profesión y nuestra existencia, sobre lo divino y lo humano, sentimos cómo el silencio es nuestro único acompañante.
Transcurren los minutos y no aparece nuestro cliente.
Volvemos a la ventanilla y si el funcionario continúa allí, le instruimos del problema por si pudiese encargarse de solucionarlo.
Y ahí nos encontramos con que el locutorio del empleado público frecuentemente está vacío, sintiéndonos impotentes en ese escenario en el que toleramos una especie de privación de libertad.
En otras ocasiones, el primer funcionario ha sido sustituido y el nuevo desconoce los trámites realizados por su antecesor. Si tenemos suerte y no nos dice –sin hacer nada– que esperemos, quizás realice alguna llamada para preguntar e interesarse por el paradero de nuestro patrocinado, o se trasladará hacia otras dependencias para preguntar y agilizar el trámite.
Comúnmente, el resultado de esas averiguaciones es que el colega al que ha sustituido no había efectuado la gestión a la que venía obligado, por haberse olvidado, quizás por las ganas en terminar su turno y abstraerse de un trabajo a veces tedioso.
Otro motivo para que nos encontremos abandonados entre esas paredes metálicas y sucios cristales es que la hora de la comida se adelanta en las cárceles respecto al horario habitual, lo cual provoca que al ser avisado el interno, éste se encuentre almorzando o apunto de hacerlo.
Por eso, no debemos llegar a última hora los abogados.
NOS OBLIGAN A DEJAR LOS TELÉFONOS MÓVILES FUERA DE LAS PRISIONES, QUEDAMOS INCOMUNICADOS
En esas prolongadas esperas, echamos de menos nuestros teléfonos móviles, pues podríamos revisar nuestros whatsaps, el correo electrónico o incluso llamar y contestar llamadas.
Sin embargo, nos obligan a dejar todos los dispositivos en nuestro coche, en el taxi o en las taquillas habilitadas para ello. Nunca he entendido que los abogados no podamos llevar con nosotros nuestras herramientas de trabajo por desconfiar de nosotros el sistema penitenciario y obligarnos a despojarnos de nuestros medios de comunicación.
Nos dicen que es para evitar que esos objetos puedan ir a parar a algún preso.
Es decir, se supone que nosotros podríamos entregar el móvil o el portátil a nuestro cliente, porque a quién si no.
Nos convertimos en sospechosos de infringir la ley y el reglamento, y por esa labor preventiva que vulnera el derecho de defensa retrocedemos décadas y quedamos incomunicados.
Cuando la reunión abogado-cliente se alarga, el perjuicio y las molestias que se nos causan a los abogados son aún más significativas. Nuestros representantes deberían haber exigido la derogación de estas normas restrictivas para los abogados hace ya muchos años, pues gozamos del derecho a la presunción de inocencia.
Es más, cuando le explicamos a nuestros clientes las razones por las que no podemos entrar en prisión con dispositivos electrónicos, se muestran sorprendidos y deducen que esas reglas también les perjudican a ellos.
Suele ser habitual que los abogados debamos pasar por un detector de metales en el que no podemos portar objetos férreos, lo cual provoca que en una bandeja cercana debamos dejar llaves, monedas, bolígrafos, relojes, etc.
Pero no solo eso, también con frecuencia el cinturón y hasta los zapatos.
SOMOS TRATADOS COMO PRESUNTOS INFRACTORES
Recuerdo incluso algún cacheo y si el pitido no cesa, un detector portátil nos rastreará de arriba abajo, como si el burócrata desease descubrirnos un arma o una lima con la que nuestro representado podría emular al Conde de Montecristo.
Cuando lo lógico sería que a todos los abogados que visitamos las prisiones se nos considerase personas honradas, ciudadanos respetuosos con el ordenamiento jurídico y con derecho a la presunción de inocencia.
Por el contrario, somos tratados por la normativa penitenciaria como unos presuntos infractores que por ayudar a nuestros clientes o –quién sabe– por lucrarnos, seríamos capaces de introducir móviles, portátiles, «ipads» y hasta drogas en las cárceles.
Algunos funcionarios nos refieren casos en los que algún abogado lo hizo.
Yo no conozco casos en los que un abogado haya podido realizar tales actos, pues difícil nos lo ponen, pero sí supuestos en los que funcionarios de prisiones han participado en la venta de teléfonos móviles a internos a cambio de una importante ganancia, y aún de cosas peores.
Pues intervine hace años en un importante juicio en el que fueron juzgados varios funcionarios, algunos jefes de servicio, por hechos similares y otros más graves. A veces, leemos noticias en las que se relatan casos de funcionarios de prisiones que hacen lo que no deben de hacer.
Son casos excepcionales, pero hay funcionarios de Instituciones Penitenciarias que parecen desear ingresar en la cárcel no para realizar su tarea sino para cumplir la pena de prisión.
NO SE PERMITE A LOS INTERNOS ORDENADORES PARA ESTUDIAR SUS EXPEDIENTES
Es muy incómodo que los letrados debamos preparar los juicios o declaraciones con un cristal de por medio, problemas de audición y sin que podamos entregar documentación adecuadamente a nuestro cliente.
Aunque antes hayamos podido facilitar copia del expediente a nuestro defendido, pensemos en casos con decenas de tomos.
Como no se permiten los dispositivos a los internos, no podrían tener en sus manos un pendrive que contuviese copia de la causa para poder consultarla o tenerla delante en una pantalla cuando nos reuniésemos con ellos.
Este es uno de los principales problemas para la defensa cuando nuestros clientes están privados de libertad.
Recuerdo mis visitas en prisiones de Inglaterra a internos con los que me he reunido en una mesa sin ningún cristal que nos separe, con toda la documentación necesaria delante y contando con todo el tiempo preciso para ese encuentro.
Eso sí, rodeados de policías que vigilaban a través de paredes transparentes pero a la misma vez disponibles para que pudiésemos solicitarles cualquier cosa permitida.
Qué diferencia entre estar separados de nuestro defendido por un vidrio churretoso y oyéndolo muy mal, a estar frente a él sin ningún tipo de cortapisas ni ruidos de otras conversaciones que interfieran la nuestra.
Esta misma sensación tuve cuando fui a visitar a algún cliente a la prisión militar de Alcalá-Meco: los abogados disponemos de despachos abiertos con todas las comodidades para conversar allí con nuestros patrocinados, siendo el trato muy correcto y educado en comparación con el que se nos dispensa en las prisiones civiles.
Ahí se respeta el derecho de defensa.
A la salida, recorremos los pasillos con puertas correderas abriéndose y cerrándose, pensando en nuestra profesión, nuestros casos y en el hecho de la privación de libertad.