Cine Cittá: de la indignación a la comprensión y hacer política

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El incendio en un depósito del Cine Cittá ocurrido a finales de enero, puso nuevamente sobre la mesa una discusión que se da en el mundo opositor ¿cuál es la economía que se edifica en Venezuela? Los edificios quemados alrededor del comercio y sus ocupantes desalojados evidencian las desigualdades que resultan de la economía que toma forma en el país.

RL / Idaed / Elcooperante

El problema está en que estas realidades pasaron de ser analíticas y con potencial político, a ser juicios morales que le quitan fuerza a esa realidad y cosifican a quienes la viven. Todo queda en la “indignación” hacia los “enchufados”, pero de la rabia digital no sale.

El incendio en Cine Cittá invita a no quedarse en la “indignación” sino a profundizar cuál economía y sociedad se construye en Venezuela, para interpelar con un programa político que sea alternativa a la llamada “economía de bodegones”. Algo como un “Venezuela, política y petróleo” de hoy y menos juicios morales tipo “Venezuela se arregló”

No sé si antes del incendio en un depósito de Cine Cittá ocurrido el día 31-1-22 se hablaba de ese lugar con la severidad moral con que se hace ahora. Mi mundo no es el de la “buena vida”. Mi aspiración no es un frasco de Nutella o un sanduche de salmón con puré de batatas. Tampoco un atardecer con una copa de vino y el Ávila de fondo o hablar “que esto no arregla con el voto” mientras engullo una cremosa berlinesa y subo la foto a la red.

Mi vida no gira alrededor de los bodegones. No porque tenga alguna reserva moral o política, sino sencillamente porque no van con mi visión sobre el estilo de vida para una persona que está en lo público y con mi bolsillo. Por supuesto, si tengo que ir, iré. Sin complejos o las moralinas de las “grandes luchas” contra los bodegones que encantan en tuiter.

Pero no recuerdo que se hablara mal del CineCittá antes del 31 de enero. Más bien, escuché hablar bien porque el concepto del negocio es algo como comercios dentro de un comercio, no un bodegón convencional. Sino varios locales en un local. Una especie de “hub bodegónico”. Más bien, oí elogios hacia la versatilidad del Cine Cittá.

Hoy ya no es así. Como últimamente pasa en Venezuela, nadie se acuerda de nada. El país sin memoria. Si alguien quiere pasar como de la “Venezuela decente” debe preguntar “¿Quiénes son los dueños del Cine Cittá?”. No sé si muchos de los actuales críticos cuando iban al Cittá lo preguntaron. Calma y cordura, entonces. En una nota, el portal El Pitazo investigó quiénes son los dueños.

Encontró que son una familia de origen italiano la que comenzó sus negocios en Ocumare del Tuy antes de la llegada de Chávez al poder. Se iniciaron con un negocio de videos, que luego pasó a electrodomésticos. Después, se mudó a Nueva Esparta donde compró las acciones de un restauran con ese nombre que abrió sus puertas en 2003. Llevó la idea a Caracas. Así nació en el año 2015 el Cine Cittá en la capital, año en que la crisis económica se intensificó, pero los bodegones eran una rareza.

La historia de los propietarios del bodegón publicada en El Pitazo no me hizo sospechar nada extraño. Solo reafirmar que Venezuela es un país sumamente generoso. Da mucho más de lo que recibe, a pesar de los “mi Venezuela, te amo”. Los dueños del Cine Cittá me parecieron los típicos comerciantes de Venezuela. De una tienda en Ocumare del Tuy hoy tienen negocios en Panamá y en los EUA. No sé si sean “de maletín” o si ahora son “enchufados”, pero el salto muestra que ser comerciante en Venezuela es muy lucrativo. No ahora, siempre. No lo digo con ánimo de crítica o de monserga, pero nuestro capitalismo comercial es así: compro a 10 y vendo a 100.

Mi hermana tiene una fábrica de galletas y alimentos sin gluten –es decir, manufactura- que incluye la distribución, y se asombra cuando ve en un comercio el precio de sus productos y siempre me dice, “le ganan bastante, solo por ponerlas en el mostrador”, porque el trabajo de manufactura y distribución lo hace su fábrica. Los defensores del “mostrador” dirán que, si no es por eso, mi hermana no vendería sus productos y que, además, no valora los “costos” y seguramente “el talento y el esfuerzo” para comerciarlos. Más bien, debería dar gracias “al mostrador”. Nadie lo niega, pero nuestra cultura del comercio es “compra barato, y vende caro”. Nadie debe avergonzarse por eso. Es la lógica del capitalismo para producir el excedente o plusvalor. Eso hizo posible, junto a su “talento y esfuerzo”, que los dueños de Cine Cittá pasaran de Ocumare del Tuy a Miami en poco más de 10 años.

Lo anterior no lo cuento para llamar “a los controles de precios” o que piense que son “enchufados”En este punto, es el mercado el que debe regular. Si hay una intervención del Estado debe ser para promover las instituciones del mercado, que son promover condiciones para estar en el mismo terreno de la competencia.

Mi comentario es porque no vi nada extraño en la historia de este grupo comercial. Unos comerciantes venezolanos más, que tienen casi 25 años haciendo negocios como se hacen en Venezuela. Además, en nuestro país, hay mercado para todo. Tres kioskos pueden estar uno al lado del otro, y ninguno tiene pérdida.

Que lo anterior no se interprete como una exoneración de los propietarios del Cine Cittá por el incendio. Tienen una gran responsabilidad por lo ocurrido, que pudo tener consecuencias más graves. De acuerdo al ministro del Interior, almirante Ceballos Ichaso, los equipos contra incendios no funcionaron. Para colmo, en el depósito había combustibles.

Que un comercio tenga gasolina u otro combustible y sus equipos contra incendios no hayan funcionado cuando se necesitó, es una irresponsabilidad muy grave. Ojalá las instituciones realmente funcionen, se investigue, y se decida lo que sea menester con base en las normas, y el caso no se olvide. O como la empresa señaló que se “encargarán de resarcir los daños a los vecinos”, todo se deje así y muy de Venezuela, “aquí no ha pasado nada” porque hay un “acuerdo de caballeros” y silencio.

No domino el tema urbano, pero pienso que la alcaldía de Baruta también tiene una responsabilidad en el siniestro. No solo por el tema de los permisos o revisiones que debe hacer –que no sé si se realizaban periódicamente o el comercio está al día en ellas- sino por la falta de visión urbana. Es evidente que un efecto de la crisis económica y el “ajuste económico a lo Maduro”, es la gentrificación de partes de la ciudad. O su aceleración si venía de antes. Las Mercedes es el “case study”, pero el incendio en el Cine Cittá mostró un comercio que debe facturar millones de dólares en un vecindario modesto o deteriorado, como son muchos de la clase media de profesiones liberales.

El comercio no puede resolver la situación de deterioro estructural o las malas políticas económicas del gobierno de Maduro ¿pero la alcaldía no puede pensar en una planificación urbana que tome en cuenta las externalidades negativas de la gentrificación, especialmente con los vecinos que no tendrán ese nivel de facturación o ingresos que tiene el Cine Cittá? Las consecuencias de la crisis en Venezuela deberían ser suficiente incentivo para que las alcaldías piensen en una planificación urbana que atenúe o tome en cuenta la gentrificación que sucede en Caracas.

Cine Cittá tiene responsabilidades legales que corresponde a las instituciones determinar. En donde no estoy de acuerdo es con el “juicio moral” que desde cierta opinión se hace sobre el comercio. El incendio se construyó como el comercio “malo” y los vecinos afectados “buenos”, que dio pie a todo tipo de especulaciones, entre las que está “¿quiénes son los dueños del Cine Cittá?” porque se asume que un bodegón o un comercio de ese tipo pertenece a “un enchufado”, es producto de la corrupción, o de otro término que encanta en redes sociales, la “lavadora”. Con este enfoque no estoy de acuerdo.

No solo porque me parece hipócrita -ahora nadie fue el Cine Cittá o no se “acuerdan”- sino porque les resta fuerza a planteamientos como “economía de bodegones” o la “pax bodegónica”, que los veo como ideas relevantes de economía política para analizar la economía que se erige en Venezuela producto del conflicto político.

Igualmente, hipócrita porque si la intensidad contra los bodegones es tan alta y hay esa convicción, muchos de sus críticos no deberían ir a esos lugares, como dejan ver en tuiter, además en modo “mundo feliz de los exitosos”. O hacer algún acto de “lucha no violenta” como un “día que no compres en un bodegón”, si tienen esa actitud hacia estos comercios. Pero estigmatizar una actividad comercial para desplazar la frustración porque no hay un cambio de gobierno y ver en los bodegones un factor de estabilidad de ese gobierno, me parece un mal análisis y una mala jugada política.

Me luce que la opinión de cierta oposición se dejó llevar por estigmatizar y juzgar, y no por analizar un fenómeno de economía política que moldea una realidad en Venezuela, que todavía desconocemos.

Si nos atenemos a la lógica de mercado que defiende cierta opinión, los “incentivos” estimulan a comercios tipo bodegones porque llenaron una necesidad en un momento de crisis. Esa necesidad fue traer ciertos alimentos cuando había escasez de productos que solo un sector privilegiado pudo comprar sin hacer colas -¿la gente olvida que durante la escasez existieron los precursores del delivery, pero tipo VIP- y varios de los precursores de los hoy bodegones evolucionaron durante la “apertura económica a lo Maduro” en agosto de 2018, o aparecieron nuevos oferentes.

Aprovecharon la exención de aranceles y el “puerta a puerta” para surgir y crecer. Qué más incentivo para un país de comerciantes –a lo mejor los venezolanos fuimos fenicios “en nuestra otra vida”- que montar negocios en sus casas para vender en sus edificios o urbanizaciones. Los primeros bodegones no VIP fueron en los chats de los edificios en donde el vecino “del 3” vendía crema dental, y la vecina “del 8” tenía aceite para el carro. Los anuncios se hacían en los chats de los condominios. Esa actividad fue la precursora de la ampliación de los bodegones de hoy.

A partir de 2018 la percepción hacia esos comercios cambió. Lo que se vio como una “economía vecinal” mutó porque con la apertura y el poder del Estado en manos del chavismo frente a una sociedad depauperada, comenzaron a verse las diferencias sociales. La desigualdad. Los “ganadores” y “perdedores” del ajuste económico. Aparecieron las primeras “camionetotas” último modelo y al ceder la escasez, el encono se trasladó a los estilos de vida de las figuras del mundo oficial y sus grupos, quienes son los que tienen el dinero y el poder para cumplir el “Venezuelan dream” de “ser alguien”.

La estigmatización moral de la economía política se mantiene en 2022, a pesar que la dolarización beneficia a las elites, sean de cualquier signo político, así digan que “Venezuela no se arregló”. No es mi área de trabajo ni objeto de este artículo discutir si la economía tiene una arista moral. Posiblemente para los neoliberales no –la ética seguramente estará en el crecimiento económico y en el “trickle down”- pero para los socialcristianos y los socialdemócratas seguramente sí, cada uno con versiones del bien común.

Pero hablar del bien común es muy distinto a un juicio moral mayormente negativo sobre ciertas actividades económicas como la que hacen los bodegones. Este es el punto de mi artículo. La incapacidad política, principalmente en la oposición, se desplaza como frustración contra el estilo de vida que la “economía de bodegones” trajo, que es mostrar una terrible desigualdad, pero también indefensión de los “perdedores” del ajuste económico: el todopoderoso Cine Cittá frente a los indefensos vecinos de los edificios quemados. La frutería demolida en Altamira cuyos dueños indefensos frente a los tractores que fueron a demoler el local.

Se construye un discurso de lo “políticamente correcto” en el tema de los negocios en donde hay unos “buenos” y otros “malos”. Recuerdo que en 2019 hubo algo que se llamó “Cúsica fest”. También, durante ese año, el Humboldt fue noticia por su haz de luces tipo disco, tan potentes que se veían desde la ciudad. El discurso de la “corrección moral” construyó que al “Cúsica” fueron “los buenos” y al Humboldt asistieron “los malos” de ese entonces. Un discurso que definió unos “off limits” acerca de cuales sitios ir si eras “de los buenos, porque los buenos somos más”.

Hoy no hay tanta roncha con el Humboldt. Imagino que no pocos de los críticos de 2019 habrán ido a la montaña como se ve en las redes sociales de algunos. Tampoco leo tanta inquina contra los casinos. Es probable que “los buenos” también quieran probar suerte con las “maquinitas” en estos tiempos de crisis, y ver si se pueden hacer de unos “dollars”.

Igual debilidad noto con la expresión “Venezuela se arregló”. No creo que la mayoría de la población realmente crea que es así. Si la usan, seguramente es para comparar un momento con otro. Normalmente se comparan los años de escasez con el tiempo actual. En ese sentido “se arregló”. Hoy no tengo que hacer una kilométrica cola con mi brazo marcado con un número como en 2016, para entrar en un supermercado con la adrenalina a millón por los “juegos del hambre” cuando llegara la “paleta” con el arroz o el jabón, y pelear con otros tan necesitados como yo para no quedarme fuera de lo poco que llegaba.

En 2022 voy al supermercado sin esos apremios o quedaron en el recuerdo los alborotos en la calle porque “sacaron pollo” o “llegó la Chiffon”. Por no hablar de las medicinas, más complicadas para conseguir que la comida.

Que en la actualidad pueda hacer un mercado con normalidad no me lleva a pensar que “Venezuela se arregló”. Falta mucho para que “Venezuela se arregle”. Pero el empleo irónico de la frase o con molestia por parte de cierta opinión, encierra otra cosa: si se admite que hay alguna mejora, es reconocer no al gobierno, sino su permanencia porque se estabiliza. 

El “quiebre” se aleja porque se asume, aunque no se diga abiertamente, que si la gente puede respirar no pensará mucho en “la fractura de la coalición dominante” que ocurrirá con la “presión de la calle”. Para no pocas personas, aunque no se diga, el “quiebre” sucederá cuando la gente esté harta de la situación. Si puede llevar una vida, el hartazgo seguramente bajará, luego, el “quiebre” no será o será más lejos. Eso no se quiere y por eso la ironía con “Venezuela no se arregló”.

Igual lógica de la ironía o desplazar la frustración con el uso de cierta expresión para dar cuenta de casi todo el pequeño bienestar que se vive en varias partes de Venezuela, “la lavadora”. No descarto esta posibilidad de la “economía opaca” del oro y otros ingresos para el Estado, pero me parece más ajustado que la “lavadora” pensar que capitales regresan ahora a Venezuela, los que salieron de antes del famoso “Viernes Negro” de febrero de 1983.

Con su política cambiaria, los gobiernos democráticos hasta Chávez permitieron la “acumulación originaria del capital” sin momentos traumáticos como los que habla Barrington Moore Jr, en su clásico estudio “Los orígenes sociales del capitalismo y la democracia”. Si exceptuamos el Siglo XIX, en Venezuela no hubo una gran guerra para la “acumulación originaria del capital”.

Ni siquiera los impuestos fueron motivo de conflicto. Nunca protestamos por impuestos, a pesar que hay un IVA y realmente en Venezuela se pagan impuestos. Así de irrelevantes se han visto los impuestos en Venezuela, que no tenemos la cultura de reclamar porque “pago mis impuestos” sino todo se resuelve con un “regalito” o “incentivos” a los funcionarios. Tampoco vivimos una situación como la que describió Ludwig Erhard en su conocido libro, “Prosperity through Competition”, de la Alemania en ruinas luego de la Segunda Guerra Mundial. En 2013 “la acumulación originaria” venezolana ya estaba lista o casi lista. Muchos de esos dólares regresan hoy en forma de inversiones, emprendimientos, o simplemente para vivir.

Es curioso, pero en la censura moral a la empresa coinciden tanto el gobierno como la oposición. Cuando el día 1-2-22 la AN debatió la participación de diputados oficialistas en el tráfico de drogas, Jorge Rodríguez afirmó que los empresarios corrompen. Para la oposición, si cierto grupo no te promueve y tienes un buen nivel de vida, eres un “enchufado”.

Lo empresarial es como una “curse word” para los dos grupos. Parece que los empresarios -como lo militares en su campo- son mal necesario porque proveen bienes y servicios que los patricios del gobierno y de la oposición no van a ofrecer. Llama la atención que se asemejen en ver a la empresa como la manzana de Eva que trajo el “pecado original” de la corrupción.

Este hipócrita y oportunista juicio moral les resta fuerza a ideas importantes para explicar la economía política de Venezuela como la “economía de bodegones” o la “pax bodegónica”. Más que estudiar las nuevas relaciones económicas y políticas que la “economía de bodegones” genera, lo que hay es una censura y catarsis en redes digitales: del Cittá, a la frutería, de la frutería, al Tepui, y de la montaña quién sabe hacia dónde. De catarsis en catarsis, y cada vez con más frustración y rabia, pero sin comprender o convertir la rabia en política.

Esa respuesta aleja comprender los cambios económicos y sociales que hay en Venezuela. Nuestro país no se “arregló” pero cambió 180 grados. Sé que soy “old fashion” en muchas cosas, pero prefiero un “Venezuela, política y petróleo” sobre la “economía de los bodegones” y la gentrificación, que estar cada semana viendo quién será “el eliminado” del momento o a quien hay que linchar en redes sociales para hacer catarsis mientras llega la guacamaya al balcón del apartamento y subir una foto en tuiter.

Algo importante en la política es no perder la conexión con la realidad. Parafraseando a Arendt, no sustituir la realidad por ideologías. Cuando leo la catarsis y los juicios morales de cierta oposición en redes sociales, me parece que se desconectan de la realidad. Algunos ya de manera irremediable. Se encierran en su mundo digital de los “todos conocidos” y “la Venezuela decente horrorizada por los bárbaros”, pero que no pasa de una indignación. Cuando les llegue el 1936 del que habló Picón Salas para referirse al Siglo XX, no van a poder comprender la realidad venezolana de ese momento.

Más que juzgar, hay exigir. Que las autoridades investiguen porqué el Cittá no tenía operativos sus equipos contra incendios y por qué guardaba combustibles en un depósito en una zona donde hay viviendas y público en el bodegón. Que el incendio no vaya a quedar así porque “los dueños se comprometieron a pagar” a los vecinos afectados. Me parecen bien los acuerdos, pero por el incendio y su naturaleza, debe haber una investigación, responsables, y sanciones si procede. Las instituciones deben funcionar.

También que las alcaldías y concejos municipales ejerzan supervisión sobre los permisos dados y que vayan un paso adelante a los hechos. Que legislen y supervisen en función de las externalidades negativas de la gentrificación que el incendio del Cine Cittá mostró como una consecuencia de la “economía de bodegones”.

El siniestro nos invita a pasar de la indignación a la comprensión de los cambios en Venezuela y hacer política, para que no todo quede en tuits tipo “mi solidaridad con los vecinos que hoy no podrán dormir en su casa”, pero esos vecinos que tienen el peso de la crisis en sus espaldas y ahora un incendio, saben que con solidaridad digital no resolverán la pérdida o deterioro de sus viviendas ¿Se conoce cuál es la situación de los vecinos a dos semanas del incendio o ya fueron olvidados, una vez que la indignación con los “enchufados” pasó del Cittá a los tepuyes?

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