Hoy, 13 de enero, se celebra El Día Mundial contra la Depresión para recordar que es la dolencia mental más frecuente en el mundo, y al alza por la pandemia, además de la primera causa de baja laboral en el planeta. La media del consumo de antidepresivos en países miembros de la OCDE está en el 6,5% de la población.
RL / Idaed / LaVozdigital
Los días mundiales parecen otro de esos inventos a medio camino entre la publicidad y la buena intención. Para eludir el primer elemento, conviene el segundo. Es una excusa para hablar de alguna situación, un hecho histórico, una enfermedad que nos afecta a todos en primera persona o en afectos de primer grado. Pocas tan omnipresentes como la depresión, una de las pandemias que ya existían antes de la pandemia. Otra de las que seguirá cuando ésta termine o se acople al catálogo médico de forma permanente. Hoy, 13 de enero, se celebra el Día Mundial contra la Depresión.
Es un término manoseado, con un diminutivo que se hizo adjetivo frívolo para definir cualquier situación cotidiana, y hasta una caricatura como el ‘blue monday’.
Esa condición banal convive con otra realidad científica, humana y compleja: es la dolencia más común en la salud mental, la más presente en todo el mundo. Tiene grados y millones de caras y variantes, tantas como personas, como toda enfermedad. Es la primera causa, entre muchas y combinadas, de suicidio. Primera causa de baja laboral a escala mundial. Los que prefieran medir los problemas en dinero pueden aferrarse a que cuesta 92.000 millones de euros al año por este último concepto.
Fácil de confundir con mala racha o días seguidos de desánimo y tristeza –que también merecen observación y cuidado–, nadie está así porque no sepa gestionar su pensamiento ni por falta de voluntad. Es una quiebra que puede tocarle a todos. Nadie desea el dolor. «Es la única enfermedad que, en los casos graves, te lleva a querer la muerte. En todas las demás sueñas con curarte» afirma Cristina Romero, diagnosticada en 1998 con fases de severidad y episodios de curación desde entonces.
Es un fantasma de cara borrosa y para ponerle rostro definido, para poder reconocerlo cuanto antes y pedir ayuda a los mejores exorcistas, lo mejor es acercarse a los números y las ideas que, en este 2022, manejan los especialistas. El reto es distinguir la tristeza –tan natural como la risa, el placer, el cansacio, la rabia y la frustración– de un proceso depresivo que merece atención. Y qué tipo de atención.
La Unidad de Salud Mental de la Bahía de Cádiz, con sede en el Hospital de Puerto Real, y la asociación Papageno (pionera en Andalucía en la prevención del suicidio) dan crédito a los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud: entre 300 y 320 millones de personas padecen depresión –entre leve y muy grave– en el mundo en estos momentos. Por cada hombre diagnosticado, hay dos mujeres.
Un 25% de la población del planeta, una de cada cuatro personas, sufre alguna afección de salud mental a lo largo de su vida. Una de cada diez, en todo el planeta, padeció, padece o padecerá depresión en algún grado. Para encontrar una presencia mayor de una enfermedad en toda la humanidad hay que buscar datos sobre gripe o Covid-19.
Una pandemia sobre otra
Aunque también había muchos motivos para hablar sobre la depresión antes de 2020 –con el consumo de ansiolíticos, calmantes, euforizantes o tranquilizantes disparados en todo el mundo occidental– la pandemia por el nuevo coronavirus ha empeorado la situación. «Ya se nota», admite Eulalio Valmisa, director de la Unidad de Salud Mental en la Bahía de Cádiz. «El incremento de consultas se puede fijar en un 25% respecto a 2019, pero ni todas son por depresión ni todas las depresiones tienen que ser graves».
Según el último informe sobre listas de espera de consultas externas del Servicio Andaluz de Salud, a finales de junio de 2021 había 18.622 enfermos pendientes de una primera visita con el especialista de la Salud Mental en Andalucía. Sea más o menos, supone un 137% de incremiento respecto a la misma fecha del año anterior. «Ha subido más el número de jóvenes y adolescentes, son los que más han padecido la falta de socialización y de ejercicio físico, son los que más los necesitan» afirma el psiquiatra Valmisa.
Daniel López, psicólogo de Papageno, añade que «especialmente el aislamiento» ha propiciado que cualquier persona, «hasta las que se consideran más equilibradas» hayan adquirido nuevos miedos, «a ir a sitios, a perder el empleo, la vivienda… La salud mental depende de muchos factores, sociales, económicos. No es lo mismo que te hagan un gran parque en tu barrio que no, que un vecindario tenga acceso a la vivienda que no. Parece que son asuntos muy lejanos a la salud mental pero están más cerca de lo que se piensa. Por eso una crisis social y económica como la de la pandemia provoca un auge en las consultas, en las peticiones de ayuda. Ya se nota, ya está dando al cara», afirma.
Esa vinculación de la salud mental con la salud social y económica puede explicar que Cádiz –pese a su fama de territorio alegre y mimado por la naturaleza– tenga una prevalencia mayor que otras provincias. Actualmente, el número de pacientes por depresión en esta tierra superaría los 60.000. En toda España rondan los dos millones.
En estos días de crisis sanitaria global, el proceso vivido por los que no pudieron despedir a sus familiares fallecidos es el más grave de los derivados de la pandemia: «Provoca un proceso de duelo muy difícil, muy complicado. Hemos creado un programa de atención específica a los profesionales de la sanidad afectados por esta situación y, sobre todo, a los familiares de fallecidos. Es, sin duda, el apartado más difícil», detalla Valmisa.
Aunque el psiquiatra confía en que con el paso de los años la sociedad, sus integrantes, sean capaces de relativizar y ver con distancia este impacto sufrido como un trágico episodio histórico entre otros muchos, recuerda un factor, también social, importante: «Ya éramos muchas generaciones, en buena parte del mundo, desde los más maduros hasta los adolescentes, sin conocer ningún golpe así: ni una guerra, ni un desastre natural, una hambruna, una pandemia… Y ha sido un golpe duro.
Nos habíamos alejado mucho de la idea de la muerte, incluso las enfermedades más graves iban cambiando de mortales a crónicas o curables. Esto nos ha cogido menos preparados que a generaciones de otras épocas. Pero con los años, efectivamente, se verá y se contará con esa perspectiva, como otro episodio trágico de los muchos que han existido».
El mayor obstáculo que tenemos todos para reconocer la depresión, para diferenciarla de otros estados igualmente frecuentes y naturales de salud mental, es su diagnóstico. «No todos los momentos de rabia, de miedo, de frustración, de incertidumbre deben confundirse con una depresión. Hacen falta criterios como la duración de varios síntomas durante un tiempo determinado, la desproporción entre el estado de ánimo y la posible causa, si la hay, o la incapacitación del que la sufre», asegura Valmisa.
Daniel López, como todos los especialistas, alerta contra la «patologización», es decir, contra la tendencia a convertir cualquier estado de ánimo en depresión: «Por ejemplo, el duelo por una pérdida no es depresión. Es un proceso que hay que vivir». Su colega añade que «lo extraño sería que alguien no sintiera tristeza, dolor, por una pérdida cercana». Si se prolongara excesivamente o propiciara otras situaciones pasados los meses sí habría que tratar la nueva situación.
Es fundamental recordar que hay grados, niveles de gravedad, plazos, determinada duración y curación. La depresión no es forzosamente crónica, ni siempre grave, ni mucho menos irreversible. El director del Área de Salud Mental de Cádiz adelanta una clave esencial: «En casos leves, incluso en algunos moderados, está demostrado que actividades como el ejercicio físico, de cualquier tipo, o compartir actividades de ocio, hasta leer de forma regular tienen un gran efecto, un gran resultado. Mucho más que la medicación que, en casos leves y moderados, no sirve». En este apartado de las recetas sencillas, aparece una que todos los especialistas y pacientes repiten, de forma unánime, sin una sola excepción: hace falta hablar y escuchar.
Hablar, hablar y hablar
A Eulalio Valmisa le convence el viejo dicho: «Cuando las cosas se cuentan pesan la mitad». Afirma que hablar y escuchar en el entorno más cercano, familia y amigos es escencial. Cristina Romero, Sara H. y Daniel López, con palabras distintas, inciden en el mismo mensaje. Hay que hablar, hay que hablar, hay que hablar. Y que nos sepan escuchar.
«La ayuda más eficaz es natural, sobre todo en fases iniciales, en casos leves y moderados, que son muchísimos. Hay que comunicar cómo nos sentimos, con personas que nos escuchen con empatía, que no nos juzguen ni nos corten, que no contesten enseguida diciendo que eso no es nada, o con ‘anímate’ o con ‘no es para tanto’. Es fundamental. Está demostrado, incluso en caso de tendencias suicidas, que si el afectado comenta sus ideas o intenciones y alguien le escucha sin juzgarle, el riesgo de suicidio desciende de forma notable».
Las dificultades son globales, sociales, comunitarias: «Vivimos en una sociedad poco comunicativa y ese paso de abrirnos sería fundamental, sería un tratamiento muy eficaz en una fase previa, antes de pedir ayuda profesional que es muy necesaria en casos más graves, como la medicación, que es muy eficaz y una gran ayuda pero en esos casos, no en los leves ni en los moderados».
López añade incluso que sería buena idea comunicarse con un especialista, un psicólogo, «cuando estamos bien, para seguir estándolo, igual que se promueven hábitos para conservar la salud física cuando estamos sanos, deberíamos hacerlo con la salud mental. No hay que esperar a creer que estamos mal para pedir ayuda porque comunicarse en fases tempranas aporta mucho. El concepto de ayuda mutua es muy importante».
La psicología positiva, la autoayuda o la ‘dictadura digital’ de la felicidad constante tampoco aportan ayuda en la lucha contra la depresión. «Hay una banalización del sufrimiento, una frivolización. También de la alegría. Hay una obligación de ser feliz en etapas como la Navidad que hacen sentirse peor a los que viven la depresión.
Pero en nuestra sociedad, esa sensación es continua, después de Navidad van las rebajas, luego Carnaval, Semana Santa, las fiestas de la primavera, el verano… Siempre hay un mensaje que nos dice que tenemos que ser felices, que nos toca, cuando no es así. Hay una instrumentalización de la alegría, no sólo política, no hago diferencias, somos todos cómplices», asegura el psicólogo. Si hace unos años era «un estigma pedir ayuda en caso de depresión, ahora el estigma sigue en otras dolencias como la esquizofrenia», añade el psiquiatra Valmisa.
La automedicación, la creencia de que cualquier pastilla solventa cualquier estado de ánimo es la versión más grave de la frivolización. «Y el alcohol, cuyo consumo ha crecido mucho sobre todo entre hombres durante la pandemia. Es la peor versión de la automedicación. Siempre es un error automedicarse en cualquier dolencia física o mental, siempre».
La media del consumo de antidepresivos en países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) está en el 6,5% de la población. En España se sitúa por encima, con un 7,5% de la población. Y eso, antes de que se perciban los efectos de la pandemia.